—No hay problema —sonrió Fabiola, y lo vio entrar al hotel antes de volver a mirar a Benedicto.
Benedicto seguía hablando por teléfono.
Fabiola sacó su móvil y jugó unos cinco minutos, hasta que una mano grande rodeó su cintura.
—¿Te desesperaste esperando?
Fabiola levantó la cabeza: —No, ¿vamos a casa ahora?
—Sí.
—¿Y papá?
Benedicto guardó silencio por un momento: —Todavía está en la casa de los Ramírez.
—¿Deberíamos ir por él?
Benedicto acariciaba la delgada cintura de Fabiola: —El viejo solo quiere abrazar a su nieto pronto, no quiere volver.
Diciendo esto, la levantó en brazos.
—Vamos a tener un hijo.
Pensó que podía esperar.
Pero ya no podía.
Quería un hijo que fuera solo de ellos, como si solo así pudiera marcarla como suya.
Fabiola miró a Benedicto, conmovida por el afecto en sus ojos, pero aún racional: —Hablemos de eso más adelante.
Su carrera apenas comenzaba, y además, aún era joven, no quería tener hijos tan pronto.
La luz en los ojos de Benedicto se oscureció poco a poco,