Eloy
Al llegar a esa vieja puerta, que se parece a la del cuarto de limpieza, la empuja para adentro y, recostada sobre ella con su mano en la perilla, me invita a pasar. Dejando libre poco menos de la mitad de una entrada de ochenta centímetros, sonriendo me apura a cruzar el umbral, y me advierte que no debería dejar que me atrapen allí.
Inhalo profundo y meto panza antes de pasar; soy delgado, pero me esforcé por serlo aún más. No quería expulsar sus enormes pechos por su destapado escote.
Me quedo a un lado de la puerta, dejándole todo el camino libre. Al verme casi escondido suelta una suave carcajada, y luego entra meneando todo su cuerpo.
Estira el brazo sensualmente sin quitarme la mirada de en cima, y luego tira de una cadena que cuelga de una antigua lámpara de hierro. La tenue luz que enciende, ilumina todo el pasillo en el que estamos, y la cara de dos muebles enfrentados cargados de viejos libros.
Ambos estantes están llenos de polvo acumulado, al igual que los textos de