Abrí los ojos aliviada. La luz de la mesita de noche a mi derecha estaba encendida y él se encontraba de pié junto a la ventana con una taza en la mano. Lo veía de perfil y tal como su madre dijera el día de la boda: era un pan dulce.
No me moví para que no me notara, parecía preocupado, sus ojos fijos afuera ¿en qué pensaba? Se volteó y me vio.
–Yvonne–Solo se giró a mirarme sosteniendo su taza– ¿cómo te sientes?
–Bien.
– ¿Tienes hambre?
–Un poco.
–Te traigo enseguida.
Salió dando grandes pasos, me incorporé, arreglé mi cabello, pasé la sábana por mis dientes, saqué el sucio de mis ojos y pasé las manos por mí cutis.
Regresó con una bandeja en la mano, la colocó sobre mis piernas y la sola fragancia de la tortilla