Descubrí que llevaba un monólogo treinta segundos después. O a mi mujer le aburría mi charla con reproches de sus actuaciones o estaba rendida, agotada, asustada y obviamente no le importaba lo que yo dijera en ese momento, su defensa: quedar completamente rendida, con el cuerpo relajado arrimado de medio lado, el cabello mojado cayéndole en la cara enredado, ella…ahí.
Bajé corriendo, la noche era fría, ella estaba fría, yo mojado y herido.
Yvonne nunca fue liviana, sacarla de la camioneta me costó un poco, apenas si abrió un poco los ojos y volvió a aletargarse, su cabeza de aquí para allá en mi carrera hacia nuestra casa, con la suerte que atrás llegaron mamá, Leo, Liborio y otros a caballo.
Mamá corrió para ayudarme abrir, luego tenderla sobre la cama.
– ¿Qué te dijo?
–Nada.