Dorian miraba a Cássio con cara de no estar entendiendo absolutamente nada.
— Vas a ser dulce. Amable. Vas a elogiar, vas a sonreír. Vas a tratarla como si fuera la realeza de la mansión.
— ¿Estás loco?
— Confía. Eso la va a dejar tan desconfiada que va a tropezar sola. Cuando una persona está acostumbrada a una muralla, la alfombra roja es más peligrosa de lo que parece.
Dorian lo pensó un momento… y sonrió.
— Me gusta.
— Claro que te gusta. Porque eres competitivo, y ella es la única adversaria a tu altura que ha aparecido en tu vida.
— Entonces, a partir de mañana… nada de amenazas. Nada de órdenes. Solo sonrisas, gentilezas y encanto.
Cássio alzó su copa.
— Por la nueva fase de esta guerra.
— Por la fase en la que vuelvo a ganar.
Brindaron.
Y Dorian sintió que quizá estaba preparado para enfrentarse al huracán que era Francine… con un huracán aún mayor.
Él mismo.
A la mañana siguiente, el reloj ni siquiera marcaba las siete y media cuando Dorian Villeneuve cruzó el pasillo princip