Dorian se pasó la mano por la cara otra vez, como si el solo hecho de contarlo resultara agotador.
— Le mandé a limpiar mi cuarto hoy.
— Hasta ahí, rutina normal de jefe detestable.
— Con uniforme nuevo.
Cássio frunció el ceño.
— ¿Cómo… uniforme nuevo?
Dorian apoyó el vaso despacio sobre la mesa, la mirada fija en el fondo de la bebida como si allí estuviera ahogada su dignidad.
— Una lencería roja. Con liguero.
Cássio no pudo contenerse.
— ¡Hostia, Dorian! — se rió a carcajadas lo bastante fuerte como para que el camarero mirara. — ¿Le obligaste a la mujer a limpiar en lencería?
— ¡No la obligué! Le di dos opciones: ponerse el uniforme o pedir la baja.
— Ajá. La famosa "libre elección", versión 50 sombras de rojo.
Dorian dio un trago más corto. Empezaba a ponerse de mal humor. Contigo mismo.
— Ella aceptó, con la condición de que yo no la tocara. Se cambió, limpió todo pero… provocó. Cada movimiento. Cada paso. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
— Claro que lo sabía. Es una ge