Lana soltó una risa suave justo cuando Gladys apareció desde la cocina, secándose las manos en el delantal. En cuanto la vio, sus ojos se iluminaron.

—¡Niña Lana! —exclamó, abriendo los brazos como si recibiera a una hija—. ¿Cuándo ha regresado?

Lana prácticamente salió disparada hacia ella.

—¡Gladys! —dijo, abrazándola con tanta fuerza que casi la hizo dar un paso atrás—. No tienes idea de cuánto extrañé tus alfajores de leche. Te juro que los soñé.

Gladys soltó una risa suave.

—Me alegra tenerla de vuelta, mi niña. Y no se preocupe, mañana mismo le preparo un par de docenas. —La miró de arriba abajo con cariño orgulloso—. Está hermosa, como siempre.

Lana sonrió, bajando la mirada como si esas palabras le aflojaran una parte del corazón. Luego, Gladys se volvió hacia mí, que seguía hundida en el mueble como si fuera parte de la decoración.

—¿Van a esperar al señor Preece para cenar, señora Nora?

—¿Richard no ha llegado todavía? —pregunté, incorporándome un poco con un quejido que int