Perla realmente no había estado pendiente de lo que pasaba en internet. Al llegar a casa, lo primero que hizo fue darse una ducha para quitarse el cansancio del día.Mientras tanto, Marina estaba sentada en el sofá del primer piso, navegando por las redes con entusiasmo. Le daba "me gusta" a cada comentario que insultaba a Teresa, y cuando se sentía con ganas, se ponía a responder ella misma.—Con lo lento que escribes, mejor pídele un favor a tu hermano y en un segundo te hago un programita que publique cientos de comentarios automáticamente —dijo Álvaro, que la observaba teclear con los pulgares como si fuera una batalla campal. Hasta él se cansaba solo de verla.Marina le lanzó una mirada de desprecio y se giró para darle la espalda.Mientras seguía actualizando los comentarios, murmuró confundida:—¿Eh? ¿Por qué ya no puedo comentar?El comentario que estaba intentando publicar era uno de los mejores que se le había ocurrido en el día.Salió de la app, volvió a entrar y actualizó…
Orión: …¿Cómo podía su hermanito ser tan inteligente y tan tonto al mismo tiempo?—Al día siguiente.Perla seguía ocupada en el salón de exposiciones. Al mediodía, otra vez recibió un almuerzo de lujo, acompañado de flores y una malteada especial.Las personas que también habían recibido almuerzo no tardaron en acercarse a agradecerle:—Perla, tu esposo es un amor. Todos los días te manda el almuerzo, ¡y hasta se acuerda de nosotros! Muchas gracias, mándale mil gracias.—Y hasta te mandó flores y una malteada para ti. Estar casado y con hijos, ¡y aún ser así de romántico! Hasta me está dando envidia ja, ja.Los halagos no paraban, pero Perla no paraba de hacer mala cara con disimulo. Todo lo contrario, una rabia silenciosa la quemaba por dentro.Entró al pasillo de seguridad, donde no había nadie, y marcó el número de César. Apenas contestó, le dijo con furia:—¿¡Puedes dejar de mandarme maldita comida, César!? ¿Tienes idea de lo molesto que es esto? ¿No sabes todos los problemas que
Perla terminó de lavarse las manos, se las secó y pasó junto a César, lista para irse.Pero antes de llegar a la puerta, él le agarró el brazo de golpe. En un segundo, la jaló hacia su pecho, rodeándola con un brazo en la cintura y el otro en la nuca.Se inclinó… y la besó de repente.El beso fue tan inesperado que Perla ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Pero al darse cuenta de que él la estaba forzando, empezó a luchar con todas sus fuerzas, empujando su cara y tratando de separarse.Se echó para atrás en un intento de escapar de sus brazos.Pero César la apretó fuerte, impidiéndole soltarse. No importaba cuánto se resistiera, él no se movía ni un centímetro.Poco a poco, la acorraló hasta tenerla pegada contra el lavamanos, besándola como si en ese gesto demostrara todo su arrepentimiento, su amor… y su desesperación.…No fue hasta que se sintió satisfecho que finalmente la soltó.—¿Podrías no volver a decir que quieres que me aleje de ti? No quiero irme. No puedo irme, no pued
En su cabeza, Perla se reprochaba una y otra vez.—¿Por qué demonios no usé tacones hoy? ¡Le habría destrozado la entrepierna de una buena patada!En el barrio Las Palmas, Marina ya estaba lista y bajaba las escaleras para su cita con Ricardo.Andi, con su ojo de halcón, la vio arreglada y guapa, y corrió a detenerla.—¿Tía, vas a salir con el tío Ricardo? ¿Puedo ir con ustedes un ratito?Orión, que estaba cerca, también la miró con ojitos brillantes, esperando que dijera que sí.—Vaya, Andi, qué rápido te acostumbraste. ¿Ya le dices “tío” a Ricardo? —comentó Álvaro mientras se acercaba, mirando con desaprobación la ropa de Marina.—¿Y tú vas a salir de noche con Ricardo vestida así? ¡Con falda corta y todo! ¿No sabes que una mujer debe ser discreta y de casa?—¡Más te vale que subas y te pongas un pantalón largo ahora mismo!—¡No tengo, imbécil! —replicó Marina, alzando la barbilla con terquedad. No le tenía miedo, y mucho menos en pleno verano, cuando no tenía ni un solo pantalón lar
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.Apagó la luz y cerró los ojos.Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.A Lorena no le importa