—¿Teresa es tan independiente y se sigue aprovechando de su escándalo con César? ¡Yo creo que se hace la mosquita muerta, pero en el fondo es una trepadora!—¡Teresa no ha hecho nada malo! Todo ha sido culpa de esos paparazzi amarillistas. ¡Ustedes los hombres, cuando no pueden tener a una, quieren verla por el suelo!…—Yo recuerdo que Teresa, la gerente, fue al funeral representando al departamento, ¿no? ¿Por qué no sale en ninguna foto? —preguntó alguien mientras todos se reían de los comentarios. La relación entre ella y el director ejecutivo ya era un secreto a voces en la oficina.Una compañera miró a los lados, se acercó y susurró:—Escuché que cuando entró, Saúl la echó a patadas.—¿En serio? Qué vergüenza debió pasar la boba.—¿Y no ves cómo está todo raro en la empresa últimamente? Se la pasan regándola y criticándola.De repente, se escucharon unos pasos de tacones por atrás. Todos voltearon: era Teresa caminando hacia ellos. Enseguida, todos se callaron como si les hubieran
—No te enojes, no voy a ir —dijo César.Seguía en llamada, así que la niñera del otro lado escuchó perfectamente lo que acababa de decir.Hubo un momento de silencio.Él continuó:—Llama a una ambulancia. Que la lleven al hospital cuánto antes.¿Por qué estaría enojada? ¡Eso no tenía nada que ver con ella! Ahora sí estaba molesta.César colgó la llamada y la miró, con unos ojos que rogaban, como si esperara que ella le dijera: Vamos, dime que hice lo correcto.Perla apretó los labios, sin decir nada. Ya no le pidió que bajara del carro, solo dio la vuelta y pisó el acelerador rumbo al Hospital del Sagrado Corazón.Una vez allí, aparcó el carro, se bajó primero y, sin decir una palabra, le agarró el cuello de la camisa a César y lo arrastró fuera.—¿Perla, qué estás haciendo? ¡Suéltame! ¡No te enojes! ¡Te juro que no quiero ir a verla! —gritó él mientras lo llevaba hacia el edificio del hospital.Desde aquella vez, hace cinco años, cuando se reencontró con Teresa, ya lo había pensado m
—Trata de no ver noticias en internet. Ese tipo de cosas pueden empeorar su estado de ánimo —le advirtió el médico.Le dio algunas recomendaciones, pero no le recetó nada.Las heridas no eran profundas. A pesar de que parecía un intento de suicidio, había evitado heridas de gravedad. Cuando se cortó, su mente estaba clara, lo que indicaba que aún tenía control sobre sus acciones. No era una situación grave, era solo para llamar la atención.Hoy en día, cualquiera puede pasar por momentos de tristeza o pensamientos negativos. No era para tanto como para necesitar un tratamiento psicológico extenso.Desde el pasillo, la niñera escuchó la conversación y entró justo a tiempo para añadir:—La señorita Teresa se puso así por una noticia que vio en internet.—¿Todo esto por una noticia? —César se mostró confundido.La niñera sacó su celular y le mostró la nota que acababa de salir hoy en los titulares.—¡No, espera! —exclamó Teresa, intentando levantarse de la cama para que César no la viera.
Perla realmente no había estado pendiente de lo que pasaba en internet. Al llegar a casa, lo primero que hizo fue darse una ducha para quitarse el cansancio del día.Mientras tanto, Marina estaba sentada en el sofá del primer piso, navegando por las redes con entusiasmo. Le daba "me gusta" a cada comentario que insultaba a Teresa, y cuando se sentía con ganas, se ponía a responder ella misma.—Con lo lento que escribes, mejor pídele un favor a tu hermano y en un segundo te hago un programita que publique cientos de comentarios automáticamente —dijo Álvaro, que la observaba teclear con los pulgares como si fuera una batalla campal. Hasta él se cansaba solo de verla.Marina le lanzó una mirada de desprecio y se giró para darle la espalda.Mientras seguía actualizando los comentarios, murmuró confundida:—¿Eh? ¿Por qué ya no puedo comentar?El comentario que estaba intentando publicar era uno de los mejores que se le había ocurrido en el día.Salió de la app, volvió a entrar y actualizó…
Orión: …¿Cómo podía su hermanito ser tan inteligente y tan tonto al mismo tiempo?—Al día siguiente.Perla seguía ocupada en el salón de exposiciones. Al mediodía, otra vez recibió un almuerzo de lujo, acompañado de flores y una malteada especial.Las personas que también habían recibido almuerzo no tardaron en acercarse a agradecerle:—Perla, tu esposo es un amor. Todos los días te manda el almuerzo, ¡y hasta se acuerda de nosotros! Muchas gracias, mándale mil gracias.—Y hasta te mandó flores y una malteada para ti. Estar casado y con hijos, ¡y aún ser así de romántico! Hasta me está dando envidia ja, ja.Los halagos no paraban, pero Perla no paraba de hacer mala cara con disimulo. Todo lo contrario, una rabia silenciosa la quemaba por dentro.Entró al pasillo de seguridad, donde no había nadie, y marcó el número de César. Apenas contestó, le dijo con furia:—¿¡Puedes dejar de mandarme maldita comida, César!? ¿Tienes idea de lo molesto que es esto? ¿No sabes todos los problemas que
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con