—Toc, toc.Perla soltó el celular y se levantó a abrir la puerta.—¿William, qué haces?Cuando lo vio, se hizo a un lado para que pasara.—Hoy en el velorio, César se comportó muy raro —no dijo por qué había ido, y Perla tampoco preguntó nada.—No solo estaba con mala cara, también se quedaba viendo hacia la nada. ¿Te molestó en algo? —Después de despedirse de Ricardo, se fue a su cuarto y, de pronto, recordó ese detalle, así que vino a ver cómo estaba.Perla miró hacia abajo y suspiró.—Él cree que tú y yo estamos saliendo… y que tenemos un hijo.Ya que su hermano vino directo a preguntar, no quiso ocultarle nada.William apretó la mandíbula, serio.¡César quería volver a meterse con Perla!Estaba segurísimo. Entre hombres, uno se huele esas cosas.—¿Y tú qué piensas? —le preguntó. La verdad, no quería que su hermana otra vez se metiera en un problemón por un tipo. Jugar un poquito con César, va... pero nada más.Perla lo miró.—Hermano, hazme un fa. Déjalo que siga creyendo lo que qu
¡Él salió de casa tan temprano... seguro fue a ver a esa mujer!César lo tenía clarísimo. Ya iba a decirle a Rajiv que siguiera el carro, cuando por el espejo vio que Perla salía de la casa.César bajó del carro de una vez y fue corriendo hacia ella, agachándose un poco frente a ella.—Perla, me porté como un acosador. Pero, por favor, no cambies tu número, ¿vale?Le había costado un mundo volver a hablar con ella… no quería perderla otra vez.¡Ni una más!—Desde ahora voy a tratar de no mandarte tantos mensajes ni llamarte, ¿sí? Dímelo tú.Ese hombre alto pero cabizbajo se le puso enfrente, bloqueándole el paso, como si no la fuera a dejar avanzar hasta que dijera algo.Perla no entendía qué le pasaba ahora. ¿No se había ido a dormir a su casa anoche? ¿Había pasado la noche en el carro?Le cambió la cara al ver que su ropa estaba toda arrugada y que olía a pólvora, como si hubiera estado cerca de unos petardos.¿Todavía tenía puesta la ropa del velorio de ayer?—No voy a decir nada. M
Después de tanto joder, César acabó subiendo al carro.No es que Perla tuviera ganas de llevarlo… es que ya no tenía tiempo. Por suerte, el edificio del Grupo Financiero Runpex quedaba de paso rumbo al evento de arte, así que no tenía que desviarse.El carro se detuvo frente al edificio. Perla desbloqueó la puerta y fue directa:—Bájate, por amor a Dios.—¿No quieres ir conmigo un ratito? Yo…Iba a decirle que en su oficina todavía quedaban cosas que ella había dejado antes.—¿Puedes dejar de hacerla larga? ¡Me va a coger la tarde! —lo cortó, sin esconder su impaciencia.—Ya… ya entendí. Entonces me bajo —César parecía un niño regañado. Justo cuando salía del carro, murmuró:—Muchas gracias.Cerró la puerta, pero se quedó ahí parado, en la banqueta, mirando fijo el carro de Perla, como esperando a que se fuera para poder moverse.Perla lo vio por el retrovisor, suspiró y aceleró. El carro se alejó dejando atrás una nube de humo.Mientras manejaba, bajó la ventana para sacar el olor que
Alguien siguió la charla:—Mi hija es igual, solo quiere estar con su mamá. Si no llevo comida que les guste o juguetes cuando regreso, ni me pelan. Dicen que las hijas son como un abrigo calentito para el papá… ¡pues la mía parece un chaleco de plomo y solo se la pasa con la mamá!El tema cambió rápido, los que tenían hijos se emocionaron y comenzaron a hablar. Los que no, se pusieron a charlar de otras cosas. Perla no dijo nada, solo se fue a su zona de exposición y empezó a trabajar.De alguna forma, el tema volvió a girar alrededor de César.—Yo me quedé hasta el final del velorio ayer. Vi que un lugar estaba vacío. ¿No se decía que Teresa era su esposa? ¿Por qué no apareció? Se supone que era la nuera la que debía estar ahí.—Pues por lo de siempre. Dicen que nunca la aceptaron en la familia Balan, que sigue siendo solo su novia.—¿Pero no se decía que era la novia de la universidad del presidente de Runpex? Si ya conoció a los papás, ¿cómo no nadie se ha enterado aun?—Ah, eso tú
Al escuchar los comentarios de la gente, aunque Perla fingió una sonrisa, no pudo ocultar que no le hacía ninguna gracia el regalito.Porque estaba bastante segura de que todo esto había sido idea de César.—Perla, esta es la tuya, una comida especial solo para ti. ¡Tu esposo es un caballero en toda ley! —dijo alguien con entusiasmo, pasándole la caja más llamativa a las manos.La persona que lo dijo se sentía muy interesada y no paraba de hablar bien del supuesto marido de Perla.Ella suspiró con fastidio. Con esto, ya no iba a poder quitarse el tema de encima. Estaba segura de que seguirían hablando de eso en los próximos días.Tomó su celular y, con la comida en mano, se apartó del grupo. No se quedó a comer con los demás.Alguien la vio alejarse y preguntó con curiosidad:—¿Es que Perla no va a comer con nosotros?—Ay, ¿no viste que está en el celular? Seguro está hablando con su esposo, dándole las gracias. Por eso es que estás soltero, no te das cuenta de nada. Aprende, aprende.
—¿Teresa es tan independiente y se sigue aprovechando de su escándalo con César? ¡Yo creo que se hace la mosquita muerta, pero en el fondo es una trepadora!—¡Teresa no ha hecho nada malo! Todo ha sido culpa de esos paparazzi amarillistas. ¡Ustedes los hombres, cuando no pueden tener a una, quieren verla por el suelo!…—Yo recuerdo que Teresa, la gerente, fue al funeral representando al departamento, ¿no? ¿Por qué no sale en ninguna foto? —preguntó alguien mientras todos se reían de los comentarios. La relación entre ella y el director ejecutivo ya era un secreto a voces en la oficina.Una compañera miró a los lados, se acercó y susurró:—Escuché que cuando entró, Saúl la echó a patadas.—¿En serio? Qué vergüenza debió pasar la boba.—¿Y no ves cómo está todo raro en la empresa últimamente? Se la pasan regándola y criticándola.De repente, se escucharon unos pasos de tacones por atrás. Todos voltearon: era Teresa caminando hacia ellos. Enseguida, todos se callaron como si les hubieran
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían