Invitada Nocturna
Luego de regresar de Paris, la mansión estaba sumida en la quietud de la noche, interrumpida solo por el sonido del viento contra las ventanas. Helena despertó con un vago presentimiento, extendiendo la mano sobre la cama solo para encontrar el espacio vacío y frío. Frunció el ceño. Alexander no estaba.
Se incorporó lentamente, dejando que la bata de seda resbalara sobre su piel mientras avanzaba descalza por la habitación. No encendió las luces. No las necesitaba. Con un instinto casi natural, siguió la intuición que la empujaba fuera del dormitorio, recorriendo los pasillos oscuros de la mansión hasta llegar a la gran escalera principal. Todo se veía en orden, pero no la tranquilizó.
Al acercarse al despacho de Alexander, su mano se elevó para golpear la puerta, pero se detuvo en seco cuando escuchó una voz femenina