Capítulo 3. Todos tienen un precio

Ámbar llevaba una semana trabajando en el club. Realmente había hecho una gran diferencia en su día a día. Si no pensaba mucho en el hecho de estar expuesta y semidesnuda constantemente, era tolerable.

Cuando la incomodidad la invadía o alguien le hacía una insinuación obscena, simplemente se concentraba en pensar en las facturas del hospital que por fin iba logrando pagar.

Sin embargo, el médico de su madre le había sugerido un nuevo tratamiento para su enfermedad, que, aunque era terriblemente costoso, cambiaría totalmente su calidad de vida, permitiéndole sentir un gran alivio.

Las demás bailarinas, o la mayoría, la habían recibido con cordialidad, aceptándola en un grupo en el que había bastante camaradería. Sobre todo, porque Carla (alias Melody) era muy querida en el grupo. Como era la favorita del señor Franz, cuando necesitaban algo, ella solía ser la portavoz y de esa manera lograban resolverlo.

Así que en realidad, no tenía motivos para quejarse. A ese ritmo le llevaría bastante tiempo ahorrar lo suficiente para el tratamiento de su madre, pero lo lograría. Esperaba que mientras tanto, ella no empeorara.

Era viernes en el club, uno de los días con más movimiento en el salón. Había muchos hombres de negocios bebiendo y cerrando tratos entre trago y trago, algunas despedidas de soltero, y amigos conversando. Había un aire de algarabía.

Esa noche bailaban Melody, Blue y otras dos de sus amigas.

Primero salió al escenario Melody, demostrando por qué era la favorita del jefe. Era muy sensual al bailar. Además de alta y con curvas, tenía una cabellera dorada, lisa como el mármol y ojos verdes, con la piel blanca como la porcelana. Llevaba un conjunto que simulaba ser lencería de cuero rojo, un color que le sentaba de maravilla bajo las luces del escenario.

Cuando terminó su baile, recibió muchas propinas, de aquellos que habían prestado atención.

-Gracias caballeros, estimado público, a continuación sube al escenario nuestra adquisición más reciente en el club Moonlight, la magnética Blue.

La luz del escenario estaba apagada. Cuando comenzó a sonar la música, de acordes sensuales y algo árabes, un reflector iluminó a Ámbar hecha un ovillo en el centro del entarimado. Llevaba el cabello castaño suelto y un minúsculo traje ajustado estilo odalisca, del mismo tono azul que sus ojos, la piel levemente tostada acentuaba sus rasgos.

Empezó a mover los brazos con suavidad, ondulantes como serpientes encantadas, irguiéndose lentamente mientras su cuerpo oscilaba como las olas del mar, desde sus pies, sus perfectas piernas, sus caderas amplias y sus pechos turgentes. Cuando por fin abrió sus ojos, acentuados con oscuras pestañas, parecían lanzar llamas, tan compenetrada con la música como estaba. Miraba a todos y a nadie.

Pero Marco Rizzo sintió que lo miraba a él, muy dentro de su alma, mientras la música rebotaba en su pecho.

Sintió cómo se endurecía con sólo verla, y vibró con el deseo.

No era el único. Blue parecía hipnotizarlos con su cadencia, al punto que en muchas mesas se hizo el silencio y se detuvieron los tragos.

Era como un imán para los ojos.

Marco la necesitaba para él. Creyó que estaba saciado por ese día, pero no.

Se imaginó tomándola, mientras ella se movía de ese modo tan… tan único.

Sin duda era talentosa. Demasiado para ese club.

Cuando la danza terminó, y la música cesó, hubo un instante de silencio.

Y de nuevo la lluvia de aplausos y de billetes.

Blue hizo una extrañamente tímida reverencia, recogió los billetes y desapareció detrás del escenario.

A Marco le tomó algunos momentos darse cuenta de que Franco le estaba hablando.

-¿Qué dices?

-Oye, estabas hipnotizado. Te dije que había nuevas bailarinas en el club. Ella, Blue, es la más reciente. Junto a Melody son las favoritas del público. Pero con ella, enloquecen. Y no es para menos. Puedo sentir la tensión en mi entrepierna.

-La quiero… para mí.

-¿De qué hablas?.

-Iré a buscarla. Quiero… necesito tenerla.

-¿Acaso enloqueciste? Sabes que Franz no permite ese tipo de cosas en Moonlight.

Marco recobró la compostura.

-Todos tienen un precio.

-Está bien, no te culpo por querer intentarlo. Incluso a mí me gustaría hacerlo… ¿crees que también me de una oportunidad? ¿Un baile en privado? Seguro puedo hacerla danzar con mi…

-Ya no hables. No me gusta el giro que dio la conversación.

-Bien, lo siento. Olvidaba que no te gusta compartir, desde niño.

Marco ya estaba fastidiándose con la charla de Franco.

-Bueno, dime qué querías de mí, así ya puedo seguir con mis asuntos.

-Ya te dije. Necesitabas divertirte.

-Vamos Franco, suéltalo.

-Bien, bien… necesito un préstamo.

-De acuerdo, te daré dinero. Escríbeme mañana, dime cuánto y te lo transfiero.

Se levantó para irse.

-¿De verdad irás tras Blue?... bueno, no la dejes cansada. Así los pobres mortales la podemos disfrutar mañana en el escenario.

-Ya cállate Franco.

Marco se dirigió hacia los vestuarios de las bailarinas, pero un corpulento guardia le bloqueó el paso. Aunque él era alto, este hombre era casi un gigante.

-Voy a ver a Blue.

-Lo siento señor Rizzo, pero usted sabe que este no es esa clase de lugar. No está permitido el acceso, ni el acoso, a las bailarinas. Son órdenes del señor Franz.

-Vamos, tú sabes quién soy. ¿Quieres dinero? ¿Cuánto?

Marco sacó la billetera, haciendo desfilar el dinero ante los ojos del gigantesco guardia.

-No me insulte, señor. Además, sabe que si lo dejo pasar pierdo mi trabajo.

-¡Maldita sea! Está bien. Hablaré primero con Franz.

Y entonces se dirigió, aún furioso, a la oficina del jefe.

Golpeó la puerta.

-Adelante.

-Buenas noches, señor Franz.

-¡Señor Rizzo! Qué inesperada visita. ¿Qué lo trae por aquí?

-Quería ver a su chica, Blue. Y el gigantón no me permitió el paso.

-Es su trabajo. Me alegra que lo haga bien.

-Pensé que a lo mejor podía lograr que usted fuera más razonable.

-Señor Rizzo, usted sabe bien las reglas. Mis bailarinas trabajan en el club gracias a la seguridad que les proporciona Moonlight. Saben que sólo tienen que lucirse bailando y eso, señor, es mi sello de categoría. No es un bar nudista, o un prostíbulo. Somos un lugar serio, al que acude gente seria…

-¡Vamos Franz! No le estoy pidiendo que ponga a esa chica en mi regazo. Sólo quiero hablar con ella, y proponerle un negocio. Por supuesto, si me permite conversar con ella, puedo ser muy generoso también con usted y su respetable establecimiento.

-¿Un negocio?- Franz sabía, por medio de Carla, que Ámbar tenía a su madre muy enferma. Tal vez estaba siendo demasiado rígido, y a la chica le vendrían bien unos billetes.

-Claro, un negocio. Para todos. Sólo permítame hablar con ella. Usted sabe que soy de palabra. Si se niega a tratar conmigo, prometo que no volveré a insistir.

Marco sonreía con complacencia. Él sabía que nunca, ninguna mujer que había deseado, le había dicho que no.

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