Epílogo. Nuestra danza privada
En el parque de una preciosa casa de campo, que se alza perfecta junto a un bosque frondoso lleno de verde y un lago de un azul increíble, tres niños pequeños y dos adolescentes correteaban y reían, jugaban juntos, como si fueran hermanos, aunque no lo fueran.
Los más grandes en realidad conversaban, tomaban el sol, y los vigilaban protectoramente. Se reían de las ocurrencias de los menores.
De pronto, el más pequeño se tropezó y comenzó a llorar.
-¡Maaaaamáaaaaa!
La joven, de cabello dorado, lo tomó en brazos, y le le besó la regordeta mejilla.
-Tranquilo, Alessandro, te llevaré con tu mami…
-Gracias, Trini… snif…
En la galería, dos jóvenes mujeres conversaban, observando desde lejos la escena, y viendo aproximarse a Trini con el pequeño Ale en brazos.
-Ese pequeño es un terremoto, igual que su padre… -se rió la mujer de ojos tan azules como el cielo de un día de verano.
La otra mujer, con un avanzado embarazo, le respondió con cariño:
-Pero es la debilidad de mi Trini, si la dejas