Reinhardt lo observaba con una mirada gélida, cargada de muerte. Su determinación para aniquilar era absoluta. No existía en su interior el más mínimo atisbo de compasión. Sabía que lo que sentía no podía ser reprimido, que si no lo destrozaba ahí mismo no volvería a dormir tranquilo jamás. Toda la furia, todo el veneno que Zaid había vertido sobre Jordan debía pagarse con sangre. No lo iba a dejar ir, no esta vez. Reinhardt estaba decidido a matarlo ese mismo día, sin demora. Si no lo hacía, jamás se lo perdonaría.
Finalmente, tras escuchar cada una de las provocaciones con las que Zaid intentaba envenenarlo, Reinhardt dejó que su voz saliera de su garganta.
—Suéltala.
Zaid lo miró con ironía, todavía sujetando a Jordan del cuello con su única mano funcional.
—¿Por qué? ¿Aún tienes planes de llevártela contigo? ¿No la estás viendo? ¿No escuchaste nada de lo que te dije? No hay vuelta atrás, Reinhardt. Isabella se queda conmigo, porque soy el único que la aceptará como está. Ya no ha