C236: No te voy a dar ese gusto.
Cuando Zaid terminó de azotarla, la espalda de Jordan estaba hecha trizas. La piel se abría en varios puntos, dejando entrever las marcas profundas, algunas con carne expuesta. Cada respiración que lograba tomar venía acompañada de un quejido, de un sollozo ahogado que no podía controlar. Los gemidos eran instintivos, no podía reprimirlos aunque lo intentara. El dolor era absoluto, abrumador, y Zaid lo sabía.
Escucharla gemir, llorar, suplicar con el cuerpo y no con la voz, lo complacía en lo más oscuro de su ser. No necesitó ni una palabra para que sus hombres entraran a liberarla; esta vez, decidió hacerlo él mismo.
Con su única mano útil, dejó caer el látigo de múltiples colas al suelo con un golpe resonante. Luego, sacó de su ropa una pequeña llave. Primero liberó la muñeca derecha, luego la izquierda. Las cadenas cayeron con un tintineo pesado y Jordan, sin fuerza alguna para mantenerse en pie, colapsó contra el suelo. Su cuerpo se desplomó como una muñeca rota, sin control y sin