Jordan miró a Reinhardt, con los ojos empañados por las lágrimas que ya no podía contener, y su voz, quebrada, salió con la firmeza que le sorprendió incluso a ella misma.—Ya entiendo lo que intentas hacer —dijo, tragando con dificultad—. No estás buscando torturarme físicamente, no es eso lo que quieres. Quieres destruirme desde adentro, ¿verdad? Aquí —continuó, señalándose la sien con un dedo—. Quieres que esto me destripe, que me atormente hasta que ya no pueda descansar, que todas mis noches sean pesadillas en las que reviva esta imagen, que me sienta culpable por lo que le pasó a este hombre, y que imagine lo que habría pasado conmigo. ¿Iba a ser capaz de resistir? ¿Iba a soportar lo que tú me hubieras hecho?Su mirada se volvió más intensa, pero no de rabia, sino de una tristeza profunda.—Reinhardt, estás tratando de quebrarme la mente, ¿no es así? Tratas de que pierda el control, que pierda la razón... Pero, ¿sabes qué? No tienes que hacer nada para eso. Porque ya no tengo co
Jordan avanzó por el corredor como un vendaval, arrastrando su enojo como un manto pesado que le encorvaba los hombros. Cada paso era un latido más de la furia que le palpitaba en las sienes, cada respiro era un esfuerzo por no estallar. Le ardían los ojos, todavía empañados por las lágrimas que se negaban a secarse del todo. La escena que Reinhardt le había obligado a presenciar se repetía en su mente como un eco cruel: un cuerpo inerte, atado a una silla, deshecho en vida por una tortura prolongada. Un espectáculo grotesco que Reinhardt, en su enfermiza necesidad de control, le había mostrado sin titubeos.Con los labios apretados y las manos crispadas a los costados, Jordan llegó a su habitación. La puerta no fue abierta: fue prácticamente arrojada contra la pared, resonando con un golpe seco que hizo vibrar el marco.—¡Ay, por Dios! —exclamó una voz femenina, temblorosa—. ¡Jordan, casi me matas del susto!La voz la sacudió. Jordan, aún en la bruma de su rabia, levantó la vista y p
Jordan resopló, limpiándose de nuevo la nariz con un ademán torpe y lleno de molestia.—Tampoco tienes que decirlo así —murmuró, sintiendo cómo el pudor y la amargura se entrelazaban dentro de su pecho.Pero Simone no retrocedió ni suavizó su postura; al contrario, su voz sonó aún más segura.—Pero es la verdad —insistió—. Tú lo quieres. Tú quieres a Reinhardt.Jordan volvió a secarse la nariz, haciendo un gesto cansado, como si incluso la simple acción de enfrentarlo en palabras la desgastara.—Sí, tal vez... pero ya no importa. Reinhardt no me cree, y yo estoy cansada de todo esto.Las últimas palabras escaparon de sus labios como un lamento, una confesión de derrota que le pesaba hasta en los huesos.Simone frunció el ceño, acercándose aún más, como si se negara a permitir que Jordan se hundiera en ese abismo sin antes luchar.—¿Qué? —exclamó, casi indignada—. ¿Estás pensando en rendirte con tanta facilidad? ¿Apenas te tropiezas con un obstáculo y ya quieres echarte para atrás?Jor
Él solamente está enojado, Jordan. Eso es todo —añadió Simone—. Pero cuando se le pase, te aseguro que caerá rendido a tus pies. Y entonces, tú serás lo más importante en su vida. Bueno, de hecho ya lo eres.Jordan, con las mejillas todavía húmedas, alzó los ojos con un destello de esperanza que temía abrazar por completo.—Tienes que ganarte una posición al lado de Reinhardt —Simone pronunció su nombre con el respeto y el peso que implicaba—. Gánate su deseo primero, y después su confianza. La confianza, Jordan, te tomará tiempo. Es lenta, complicada... a veces dolorosa de construir. Pero el deseo... el deseo es mucho más rápido. Porque uno no necesita pensarlo demasiado cuando se trata de deseo. No tienes que darle tantas vueltas. No tienes que enfrentarte a los fantasmas de la traición ni a los miedos del pasado. Si puedes cautivarlo de nuevo, como ya lo hiciste antes sin siquiera proponértelo, entonces tendrás otra oportunidad. Conviértete en la señora de esta organización. Quédat
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.
Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.En ese momento, Charlie intervino rápidamente. —Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo. Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo. —S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no