Luego de reflexionar sobre todas aquellas preguntas, Reinhardt regresó al presente y volvió a mirar a Jordan, sacudiendo la cabeza como si todavía no pudiera creer lo que había pasado.—Eres un psicópata suicida —soltó con el ceño fruncido—. ¿Arrojarnos de un precipicio como ese? ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? Pudimos habernos partido todos los huesos, si es que no terminábamos muertos.Jordan, todavía empapado y con el cabello pegado a la frente, se limitó a sonreír con algo de sorna.—Deberías estar agradecido en lugar de insultarme —manifestó—. Te salvé la vida otra vez. No es la primera vez que lo hago, ¿o me equivoco? Si no fuera por mí, ahora mismo estaríamos en manos de esos cabrones, y quién sabe lo que estarían haciendo con nosotros. ¿O es que acaso preferías que nos atraparan?Reinhardt resopló, pasándose las manos por la cara, intentando deshacerse del cansancio y la frustración que lo carcomía por dentro.—Todo esto es una mier-da —gruñó, pateando una piedra antes
Cuando cruzaron el umbral de la casa, Reinhardt dejó escapar un suspiro cansado, pero no por agotamiento, sino por la tensión acumulada en cada uno de sus músculos.El interior del lugar le sorprendió más de lo que habría querido admitir. A pesar de estar en medio de la nada, en una zona apartada y rural, la casa tenía cierto encanto rústico. Las paredes de madera, el mobiliario sencillo pero bien cuidado, la chimenea apagada con restos de ceniza que sugerían que, en algún momento, alguien había pasado tiempo allí. No era la imagen que esperaba de un sitio que, según Jordan, había sido testigo de un crimen atroz.Reinhardt recorrió la estancia con la mirada, analizando cada detalle. La mesa de la cocina seguía en su sitio, sin una sola mancha visible; el suelo de madera estaba pulcro, sin rastros de sangre seca entre las grietas; las ventanas, aunque cerradas, dejaban entrar la tenue luz del amanecer, iluminando un espacio que no tenía la más mínima apariencia de haber sido escenario
Jordan salió por la parte trasera de la casa, sintiendo la brisa cálida del campo acariciar su rostro mientras caminaba con paso decidido. Sus botas crujieron sobre la hierba seca mientras sus ojos recorrían el terreno en busca de algún indicio de vida. Pero lo único que encontró fue un inquietante silencio y el vasto espacio vacío donde antes solían estar los animales.Se detuvo en seco, frunciendo el ceño con desconcierto. No había caballos, ni vacas, ni siquiera los perros que solían rondar la granja. Un vacío inquietante pesaba en el aire, y su pecho se tensó al darse cuenta de lo que eso significaba. Reinhardt, que lo había seguido en silencio, se paró justo detrás de él y observó con la misma expresión de desconcierto.—Claro… debí suponer que ya no estarían aquí —murmuró Jordan, sin apartar la vista del campo desolado.Reinhardt inclinó ligeramente la cabeza, mientras que su mirada analizaba el panorama con cautela.—¿De qué hablas? —preguntó.—De los animales —alegó.—¿Y qué c
—Isabella, ¿eres tú? —la voz de la mujer irrumpió en el aire.Jordan se esforzó en aparentar tranquilidad, tragó saliva y aclaró la garganta, modulando su voz con un tono más grave para no levantar sospechas. —Señora, se está confundiendo de persona —articuló.Pero la mujer no retrocedió ni vaciló. Su mirada se clavó en Jordan con intensidad, analizándolo, buscando algo en su rostro que confirmara su sospecha.—Estoy segura —insistió la mujer, dando un paso más hacia ella—. Eres idéntica a ella…Jordan sintió un nudo en el estómago. No podía permitirse una exposición de ese tipo. Con rapidez, volvió a aclarar su garganta y elevó la barbilla con un gesto de disgusto fingido.—Señora, soy hombre. Por favor, no me ofenda —replicó con dureza, esperando que la mujer desistiera.Sin embargo, las palabras de la señora la hicieron tambalear por dentro.—Esa niña desapareció hace tiempo —expuso con un deje de tristeza en la voz—. No sabemos nada de ella. Aunque hemos pensado lo peor… todavía
Reinhardt se dejó caer pesadamente sobre la silla, observando a Jordan quien colocó otra silla frente a él y se sentó con determinación, inclinándose ligeramente hacia adelante. —Date vuelta —impuso el chico, a lo que el Jefe soltó un bufido, pero obedeció.Jordan primero trató la espalda, recorriéndola con sus dedos antes de aplicar la mezcla de hierbas. La piel del mafioso era dura y cálida, con cicatrices de batallas pasadas que contaban su propia historia. Jordan no podía evitar admirar la firmeza de su musculatura, la solidez de un cuerpo forjado por años de violencia y poder.Cuando terminó con la espalda, le pidió que girara de vuelta, para enfocarse ahora en las heridas del pecho. Sus dedos rozaron la piel desnuda de Reinhardt, sintiendo el latido fuerte y constante bajo la dureza de sus pectorales. Cada roce era un pequeño temblor en su propio interior, un calor que subía por su garganta y se instalaba en su rostro, obligándolo a desviar la mirada por momentos. Pero sus ojos
De pronto, Reinhardt se vio atrapado en una espiral de pensamientos. Mientras observaba a Jordan, todo lo que había intentado ignorar durante tanto tiempo comenzaba a hacerse evidente. Jordan podía ser delgado, pero Reinhardt había aprendido de la manera más dura que no era un hombre común. Cada vez que lo veía actuar, veía más allá de su apariencia. Podía tener miedo, sí, pero eso no lo detenía. No era un cobarde. Podía temblar de miedo, incluso sosteniendo un arma, pero aun así disparaba cuando era necesario. Esa era la diferencia. La fuerza de Jordan no era algo que se medía solo por su apariencia, sino por su voluntad de hacer lo que debía hacer, de enfrentarse a lo que fuera, sin importar las consecuencias. En este mundo de mafiosos, de violencia, de reglas sin piedad, Jordan había demostrado ser más fuerte que muchos, porque, a pesar de todo, nunca se rendía.Reinhardt lo veía crecer, transformarse, no solo por la dureza del entorno, sino por su propia capacidad de resistencia.
El alma de Jordan se sacudía como una barca en mitad de una tormenta, atrapado entre el miedo y la esperanza, mientras cada palabra de Reinhardt lo golpeaba como una ola inesperada. Nunca imaginó que aquel hombre, forjado en acero, pudiera abrir su pecho con tanta honestidad, con tanto deseo de quedarse a su lado. Era como ver el sol salir en un cielo que siempre creyó cubierto de nubes, una luz cálida y peligrosa que derretía cada una de sus defensas. Sentía que el mundo se tambaleaba bajo sus pies, como si estuviera caminando sobre hielo quebradizo y, aun así, no podía dejar de avanzar hacia él. Reinhardt le estaba entregando algo que parecía imposible en alguien como él: su vulnerabilidad. Y eso, más que cualquier caricia o promesa, era lo que le hacía temblar el corazón. Porque Jordan no sabía si debía rendirse al fuego o seguir huyendo de las llamas.—¿Qué quieres decir con eso, Reinhardt? ¿Qué estás intentando decirme? —cuestionó el chico.No era solo la confusión lo que lo domi
El alma de Jordan titiló como una vela al borde de apagarse, sacudida por el peso de una promesa que no sabía si estaba preparado para hacer. Las palabras de Reinhardt no eran dulces, no eran suaves, eran reales… crudas, y sin embargo, tenían la ternura de alguien que por fin se desarma.Jordan quería aferrarse a él, a ese hombre lleno de fuego, pero su pecho estaba hecho un nudo de contradicciones. ¿Cómo podía querer a alguien tan intensamente y temerlo al mismo tiempo? Sentía que su corazón era una casa a punto de incendiarse, y aún así, en medio del humo y del miedo, una parte de él deseaba arder con Reinhardt. Deseaba quedarse… pero no sabía si era valentía o locura. Y quizá, en ese instante, ambas cosas eran lo mismo.Jordan se sintió como un equilibrista sobre una cuerda tensa, con el abismo debajo y el deseo delante. Una parte de él ya había dado el primer paso, ya se había lanzado al vacío. Pero otra seguía aferrada a la orilla, temblorosa, incrédula.Quería responder. Quería