Erin White

Después de que salí del consultorio del doctor le conté mi mala suerte a Amanda, enseguida me abrazó y lloró conmigo.

Amanda se ha convertido en un ángel para mí. Saber que no estoy sola, que alguien me incita a continuar, que cuento con un consejo, una mano amiga e incluso un abrazo me reconforta y me llena el alma.

—¿Qué piensas hacer?—me pregunta.

—Venderé mi casa y, si tengo que prostituirme, vender mis órganos o lo que sea, voy hacerlo—digo desesperada y convencida al mismo tiempo—, si mi hija se muere por no poder pagar esa maldita operación, siento que no podré seguir sin ella—mis ojos se llenan de lágrimas—. Es la única razón por la que vivo.

—Tranquila, nada de eso va a suceder porque no lo permitiremos, recuerda que estamos juntas en esto. Tan solo pensemos en positivo, ¿sí?—me tranquiliza—. Ahora vuelvo.

Amanda salió de la habitación con el teléfono en la mano, supongo que fue hacer una llamada. Yo no tengo cabeza en estos momentos para pensar en nada más, toda mi atenci
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