La casa estaba rodeada de árboles altos, con ramas que susurraban al viento como si compartieran un secreto. Emiliano descendió del auto con el corazón latiendo tan fuerte que apenas podía respirar. Tenía la carta de Bianca en el bolsillo interior de su chaqueta, arrugada por las veces que la había releído, y el colgante colgando discretamente de su muñeca, como si de alguna forma lo protegiera.

Se detuvo frente a la puerta blanca. No sabía qué decir, no sabía si era el momento correcto, pero ya no podía esperar. A paso lento se acercó a la puerta y decidió golpear con suavidad.

Una mujer de cabello castaño claro, rostro sereno y mirada cálida abrió la puerta. Era Lucía, esta había envejecido con dignidad, con la calma de quien ha vivido más con el corazón que con el miedo.

— ¿Emiliano? — preguntó ella, como si ya lo esperara. A lo que él simplemente asintió. — Bianca me habló de ti, no en palabras… pero si en cada carta que me dejó.

Lucía lo invitó a pasar. La casa olía a lavanda y a