Al pensar en esto, Milena se quitó el delantal y salió directamente.
Al pasar por la sala, vio a Juan -el padre de Manolo- sentado en el sofá leyendo el periódico, y se detuvo para saludarlo cortésmente.
Juan pareció sorprendido de verla en casa, la miró desconcertado antes de responder:
—Ah, Milena, ven, siéntate.
Milena sonrió.
—Tengo que irme, ¡debo volver a casa!
En realidad, nunca había logrado entender completamente a Juan. Siempre le pareció un hombre insondable.
—Quédate un momento, haré que llamen a Manolo —dijo Juan ajustándose las gafas con tono amable.
—No, de verdad tengo que irme. ¡Hasta luego! —se despidió Milena con una sonrisa amable antes de dirigirse a la salida.
La mirada de Juan se posó en su espalda, su expresión era impasible, imposible de leer. Solo cuando Milena salió, se levantó y subió al despacho.
Manolo recibió la llamada de su padre, se disculpó con su madre y fue al despacho. Al entrar, encontró a su padre sentado en el sofá con expresión seria.
Cerró la