Capítulo 2:

Juliette entró a los baños del aeropuerto, y mojando un poco su rostro buscando calmar la vergüenza que le había ocasionado el bochornoso momento que en los brazos de ese hombre llamado Edmond Rohan había pasado, intentó no pensar en el extraño suceso que le había ocurrido, pero le resultaba imposible no hacerlo.

—¿Qué acaba de pasarme? — se cuestionó Juliette mirando su reflejo en el espejo de esos baños, pues jamás antes le había ocurrido algo ni remotamente parecido.

Ella ni siquiera había tenido su primer beso, y ese Edmond Rohan, la había olisqueado y sostenido entre sus brazos como si fueran una pareja. Lavando también su pequeña herida lo mejor que pudo, la mal cubrió con un parche médico, sin embargo, la herida seguía sangrando, pues se había golpeado con el filo de uno de los escalones al caer. Repentinamente, la vibración de su celular la sacó de sus pensamientos, y atendiendo rápido aquella llamada, la joven pintora escuchó una voz varonil al otro lado de la línea.

—¿Señorita Lambert? Mi nombre es Calder Moreau, soy el asistente del señor Beaumont, la estamos esperando en la puerta de salida numero 44-C, para llevarla a la mansión del señor Beaumont, y luego llevarla al departamento que le mencioné en el contrato. — dijo el hombre.

Juliette se hallaba tan nerviosa por lo sucedido, que casi se había olvidado en donde estaba y que iban a recogerla.

—Si, soy yo, le agradezco mucho, iré en seguida. — respondió Juliette.

Asomándose fuera del baño precavidamente, Juliette no vio rastro alguno de ese Edmond Rohan, y se apresuró a salir caminando con rapidez hacia la salida 44-C, que le habían indicado. Pronto, se había reunido con el joven Calder y otros hombres, Calder la saludó con cortesía pareciendo que aguantaba la respiración durante su breve saludo.

Tomando su bolso y forzándose a dejar de lado lo que le había ocurrido, Juliette salía del aeropuerto para encontrarse con su benefactor Fernand Beaumont. Calder le avisaba que debía ir a dar su visto bueno a la galería que ya se había montado con sus obras al día siguiente, el museo quedaba a solo unos pasos del edificio de departamentos donde la hospedarían los años que duraría trabajando para el señor Beaumont, y todo era tan perfecto que podría decir que era como un sueño.

Todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad, pero sin muchas opciones en mente y con poco dinero en su cartera, Juliette decidió acompañar a los misteriosos hombres a conocer a tan amable benefactor.

— Muy bien, iré con ustedes, pero si intentan algo raro no duden en que se cómo defenderme. — respondió la joven aun desconfiando.

— No tiene nada de qué preocuparse, venga, nuestro señor ya la espera. — dijo Calder aun sonriendo.

El recorrido en el lujoso vehículo era en sí mismo una maravilla, París era en realidad bellísimo, toda la ciudad parecía una obra de arte, y Juliette se moría de ganas de plasmar en óleo todo aquello cuanto miraba, era un lugar en verdad romántico como leía en algunos blogs en internet, el hogar perfecto para un artista.

Finalmente, y después de un lapso de aproximadamente media hora, llegaban a una lujosa mansión que se hallaba al costado del museo donde se expondría su arte, los grandes jardines lucían majestuosos, fuentes románticas y hermosas decoraban espacios llenos de flores, aun en la penumbra de la noche, no era difícil admirar tal esplendor debido a las elegantes lámparas que alumbraban el sitio, el auto había detenido su marcha y en el marco de las elegantes puertas de roble que daban el acceso a la elegante mansión, ya los esperaba un hombre.

Cabello oscuro como la noche de aspecto rebelde, piel blanca ligeramente bronceada, hermosos y bastante cautivadores ojos celestes, como el cielo, barba corta, un tanto desaliñada, bastante alto, aproximadamente 1.90, un fuerte pecho, seguramente producto del ejercicio, que se notaba bajo aquella camisa blanca que se marcaba a su cuerpo como una segunda piel, un hombre demasiado apuesto que se notaba ya entrando en los últimos años de sus treinta, quizás, comenzando los cuarenta, con la sonrisa más cautivadora del mundo.

— Buenas noches, señorita Lambert, debo decir, que es un verdadero honor para mí el finalmente conocerla, mi nombre es Fernand Beaumont, soy quien compró su maravillosa arte y también el dueño del museo Louvre, venga conmigo, tenemos mucho de qué hablar. — dijo aquel enigmático hombre de ojos azules, quien pareció oler a su alrededor con cierto disimulo.

Juliette se sentía un poco intimidada ante la presencia de aquel hombre del que solo alcanzaba a verle la espalda, la mansión, por otro lado, era un recinto a todo lujo, bastante hermosa y notándose como el hogar de un artista, costosas obras de arte se mostraban solemnes en lugares específicos, dando una sensación de estar dentro de un museo más en lugar del hogar de alguien, todo era de gran belleza y esplendor.

— Por aquí. — indicó aquel hombre enigmático, abriendo la puerta de lo que parecía ser su estudio privado.

Juliette sintió como su corazón dio un vuelco sobre sí mismo, al ver en medio de aquel lugar, justo en el centro de la pared que estaba detrás del elegante escritorio de roble, su afamada pintura, “El alfa de las praderas”, no creía volver a verla alguna vez, después de que se vendió a un misterioso hombre.

Aquella pintura había marcado su comienzo en el renombrado mundo del arte profesional, y había pagado diversos tratamientos para su fallecido padre con ello.

— No puedo creerlo, no pensé volver a verla de nuevo. — dijo Juliette más para sí misma que para aquel hombre que sonreía complacido.

— No pude evitar adquirirla para mi colección personal, una obra maestra como esta, no merece ser exhibida en lugares poco adecuados y mucho menos, que su talentosa autora no reciba nada por ello, aunque, esta magnífica pintura, solo estará en exhibición durante la primera semana en que su galería se estrene en mi museo, puede considerarme un egoísta, pero no deseo compartirla con nadie más. — dijo Fernand Beaumont, mirando fijamente a la entusiasmada y hermosa Juliette.

— Oh, señor Beaumont, en verdad me siento muy agradecida por todo esto, nunca en mi vida espere recibir tan magnifica propuesta, puede estar seguro, de que daré mi mejor esfuerzo en cumplir sus expectativas como profesora de arte en su afamado museo. — dijo Juliette con sinceridad.

— No me queda ninguna duda sobre ello señorita Lambert, una joven tan hermosa y talentosa como usted, ya está llenando mis expectativas. — dijo Fernand con una sonrisa maliciosa que la joven no logró notar.

Juliette, observaba embelesada su primera obra, sin notar que los profundos y misteriosos ojos de su benefactor, parecían devorarla en cada mirada.

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