Libi pintaba en su taller, allí había estado desde que dejara la cama, a eso de las cinco de la mañana. Lo poco que dormía lo atribuía ella a la falta de cansancio, Irum no la dejaba hacer nada.
Él llegó a darle los buenos días con un beso en el cuello y una caricia en el vientre.
—Se me acabó la pintura negra, debo ir a comprar más.
—María Concha te traerá lo que necesites.
—Necesito respirar aire fresco, me gustaría llevar a Canela al parque.
—Nuestro patio mide varias hectáreas, puedes pasearla ahí.
Ella se deshizo de su abrazo y lo apartó de un empujón, fastidiada.
—No lo entiendo, Irum. Al bebé no le pasó nada con el accidente, ¿por qué sigues siendo tan sobreprotector? ¡Me asfixias! ¡Me estresas y mi estrés sí es dañino para el bebé!
—Pues tendrás que desestrezarte sin salir. No voy a arriesgarme a que les ocurra otro accidente.
Ella lanzó sus pinceles sobre el mesón y se fue de allí. Irum no le había dicho nada sobre la intencionalidad del «accidente», la prefería enojada con