Hiz apareció sobre algo que la rodeaba. Podía sentir que la rodeaban por la cintura y unas manos anchas apretujaban su espalda. Había un jadeo cerca de su oreja derecha y un diminuto temblor.
Entonces logró abrir los ojos y parecía estar volando: se encontraba muy por encima del alto bosque. Sus ojos encontraban diminuta la ciudad de los Infinitos y todo el bosque oscuro se extendía bajo sus pies.
Reparó y vio que todo el panorama lo observaba por una pared de cristal. Dober era quien la abrazaba y jadeaba.
—¿Estás bien? —preguntó.
Hiz se dio cuenta que el temblor lo producía su propio cuerpo. Se aferró con fuerza a Dober y dejó salir el llanto, pero era por puro alivio.
—Hiz, ¿te hicieron daño? —preguntó Dober.
—S-sí… —intentó hablar, trató de calmar su voz—. Es