No dormí. El amanecer me encontró acostado en la cama tendida, con la camisa arrugada, los ojos secos y la mente revuelta. La ciudad despertaba más allá del ventanal, indiferente a mi insomnio, indiferente al peso invisible que me encorvaba los hombros.
Revisé mi celular por inercia. Ningún mensaje de Ivy. Pensé en escribirle, en contarle mi historia, pero me detuve en seco. No me detuve de manera consciente, al contrario, mi cuerpo lo hizo de forma mecánica, como si quisiera decirme que no estaba acostumbrado a pedir "ayuda".
Entonces, volví a pensar en si ella me escribiría.
¿Por qué me escribiría? Un momento, más importante que eso, ¿por qué yo le escribiría? ¿Por qué mi cabeza llegó a la conclusión de que necesitaba ayuda y de que ella era quién podía ayudarme?
Respiré profundo para calmar mis pulsasiones. ¿En qué momento mi corazón comenzó a acelerarse?
Volví a revisar el teléfono, más por costumbre que por esperar algo. Ningún mensaje de nadie. El silencio, antes reconfortante