Cap. 2: Matrimonio

Sofía observa en el espejo su vestido blanco sin tiras, que desde su busto hasta la cintura está decorado con diamantes unidos por finas costuras como si se tratase de una constelación de estrellas. En una situación diferente probablemente esa imagen estaría acompañada de una sonrisa, después de todo ese suele ser el día soñado de toda mujer, sin embargo para ella este matrimonio no es más que una transacción de negocios.

—¡Oh, por Dios, eres la novia más hermosa que he visto en toda mi vida, pareces una princesa de cuentos! —exclama una sonriente modista retrocediendo ante la bella mujer que se admira en el espejo.

—El mérito es todo tuyo que has creado esta obra de arte, lo has hecho tal y como lo imaginaba, eres una genio —reconoce la novia sintiendo algo de nostalgia al pensar en la ausencia de sus padres a los que ha enterrado hace solo dos días, otra razón más para que esa boda no figure entre sus gratos recuerdos.

—Es una lástima que no vayas a lucirlo ante más gente, si el mundo te viera creería que se está casando alguien de la nobleza británica —declara la modista soltando un largo suspiro cargado de decepción al saber los presentes no llegarán siquiera a diez personas.

—Rachel, solo hago esto para heredar la compañía, así que cuanto menos gente lo sepa mejor. De hecho, solo insistí en esto del vestido por si no vuelvo a tener la oportunidad de usarlo, quién sabe cuándo seré capaz de librarme de este Santiago —declara Sofía con frialdad observando su ondeado cabello rojizo que cae sobre su hombro derecho.

—La verdad es que no tengo idea qué se les pasó por la cabeza para pedirte algo así, cariño, aunque quiero creer que tenían sus razones —murmura la mujer sintiendo cierta lastima por esa jovencita que deberá unir su vida a un hombre al que no ama y al que ni siquiera conoce.

—¡Disculpen, quisiera tener un momento con la novia! —pide un elegante hombre vestido con traje negro con finas líneas blancas, y expresión altiva entrando en la habitación sin esperar una respuesta.

—¿Y usted es?  —pregunta Rachel con cierto tono protector, preguntándose si acaso ese será el dichoso novio, al cual piensa darle un buen sermón sobre cuidar a la maravillosa mujer con la que se casará.

—Soy el abogado del señor Santiago Di Stefano, el cual por motivos que escapan a su control no se podrá presentar… —anuncia el hombre paseando la mirada entre las dos presentes,  esperando que no descarguen su ira sobre él que es el simple menajero.

—¿Q-qué? ¡¿Cómo que no va a presentarse a su boda?! ¡No puedo creerlo, a pesar de no conocerlo esperaba que fuera un hombre… decente, pero veo que no es más que un… un cobarde! No puedo creer que no haya venido a dar la cara… —estalla Sofía cerrando los puños a los lados de su cuerpo con rabia, estando segura de que si lo tuviese delante suyo podría asesinarlo con sus propias manos.

—El no podrá presentarse, sin embargo ha enviado un contrato para consumar esta unión, claro que con ciertas condiciones —indica el abogado sin darle mucho importancia al disgusto de esa mujer con su cliente.

—¿Condiciones? ¿Qué condiciones? —interroga la novia acercándose al hombre con una mirada amenazadora, dispuesta a señalar que ese hombre no tiene derecho a exigir nada.

—Ambos estarán unidos en sociedad de matrimonio durante un lapso de tres años, luego del cual este vinculo se disolverá. Se espera que se mude a la villa del señor Di Stefano, en donde vivirá por ese lapso, aunque sin esperar controlar o influir en la vida del señor Santiago, su relación solo será algo… profesional, y no se espera que eso implique ningún tipo de interacción entre ambos. Así mismo se le otorgará una indemnización según el señor Di Stefano considere oportuno al terminar este acuerdo —informa el abogado poniendo sobre ⁸ mesita de madera el contrato y una lapicera para firmar.

Sofía menea la cabeza con indignación al sentirse insultada no solo la ausencia de ese hombre, sino por los términos de ese contrato que parece haber sido confeccionado solo para ofenderla. Incluso hasta siente el impulso de tomar esos papeles y romperlos en la cara de ese abogaducho, pero al pensar en el acechante Alejandro y su banda de buitres queriendo quedarse con la empresa de su familia se resigna a tal cosa. Aceptando que solo tiene una opción: tragarse su orgullo y firmarlo, esperando que esos tres años pasen lo más rápido posible para volver a ser libre.

—Bienvenida, Señora Di Stefano, es un honor recibirla en la Villa, soy Susan, la ama de llaves, al igual que el resto del personal he recibido la orden de estar a su disposición y cubrir cada una de sus necesidades —recibe una sonriente mujer cincuentona abriendo las puertas dobles de la casona antes de que la recién  llegada toque el timbre.

—Es un gusto, Susan, en realidad soy bastante independiente así que no deberán preocuparse demasiado por mí. ¿Santiago no se encuentra? Creí que al menos tendría la decencia de recibirme —pregunta Sofía entrando en la elegante mansión y buscando con la mirada a su esposo, aunque sea solo para poder dar rostro al hombre que odia.

—Me temo que el señor Santiago no estará por un tiempo, en la mañana empacó toda su ropa y luego de dar instrucciones sobre estar al servicio de usted… él se marchó —anuncia Susan  encogiéndose de hombros, no teniendo más idea que la recién llegada sobre lo que ha pasado por la mente de su patrón.

—Ese hombre merece un premio al idiota del año —murmura la muchacha con el rostro colorado, sintiendo el impulso de tomar sus maletas y marcharse también, pero el recuerdo el acuerdo que ha firmado la detiene,  ya que un requisito era mudarse a ese lugar. Por lo cual deberá vivir un tiempo allí para cumplir con esa clausula, sin embargo no decía nada de que debía vivir allí durante esos años, descuido que piensa aprovechar para buscar un lugar más agradable en el que vivir en  caso de que el dichoso Santiago se niegue a aparecer.

Sofía suelta un largo suspiro cargado de nerviosismo al ir rumbo al despacho de Joseph Di Stefano, han pasado tres años desde que firmó el contrato con su nieto, y ante la imposibilidad de comunicarse con Santiago, ha decidido informar de su decisión directamente a la cabeza de la familia.

—Oh, Bellissima, ¡Pasa, querida, pero que gusto verte, toma asiento, por favor! —invita el señor Di Stefano iluminando su rostro con una sonrisa al verla entrar en su despacho, una expresión que muy poca gente ha sido capaz de ver en él.

—Le agradezco, pero será una visita rápida, solo quiero que le comunique a su nieto que quiero el divorcio. Yo no he podido hacérselo saber ya que ni siquiera lo conozco, así que esperaba que usted pudiera darle  el mensaje —declara Sofía dispuesta a no extender ni un día más el acuerdo que la une a Santiago.

—¿Qué? ¿Estas segura de lo que dices, querida? —pregunta Joseph con una expresión de profunda tristeza, a pesar de saber que su nieto ha estado muy lejos de cumplir con los deberes de un buen marido.

—No tengo ninguna duda, creo que merezco ser feliz, y  ha quedado muy claro que no lo seré al lado de Santiago —declara la mujer con seriedad, creyendo que ya soportó por mucho tiempo la indiferencia de ese hombre.

—Sí…  siento que te lo mereces, y lamento que mi nieto no haya sabido aprovechar esta oportunidad, haré que un sirviente se encargue de notificar a Santiago de la decisión que has tomado —informa el señor Di Stefano, con la esperanza de que esa noticia pueda despertar en su nieto el deseo de no perderla, o al menos de darse la oportunidad de conocerla, porque está seguro de que no hallará otra mujer como ella.

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