—Feliz dieciséis años de conocernos, pequeña —murmuró Oshin, mientras sus ojos se posaban sobre las rosas en sus manos. Se acercó lentamente hacia mí, su presencia calmante en medio del caos que comenzaba a formarse alrededor. Sonreí, sintiendo el calor de su mirada y la suavidad de sus palabras.
Hoy, 13 de junio, se cumplían dieciséis años exactos desde que conocí a Oshin en aquel orfanato. Recordaba cada detalle: la tristeza en sus ojos, su timidez, su forma de mirarme como si temiera que alguien pudiera arrebatarme de su vida. En esos años, el mundo cambió tanto, pero lo que nunca cambió fue la manera en que lo veía, esa figura que se mantenía firme, aún en sus momentos más débiles.
Mi corazón dio un vuelco al verlo así, tan tierno y vulnerable, a sus casi treinta y un años. Aunque el tiempo había pasado y las cicatrices del pasado ya no eran tan evidentes, aún podía verlo como ese niño asustadizo que no sabía cómo enfrentar al mundo más que con rabia. La misma ternura que siempre