Ace no tardó en quedarse profundamente dormido. En cambio, a mí me costaba mucho conciliar el sueño. Estábamos los dos tumbados bajo las sábanas, inmóviles, con el calor de nuestros cuerpos contra la frescura de las mismas. Cada vez que cerraba los ojos para dormir, me venían a la mente imágenes recurrentes de mi madre y Scott. Por mucho que intentara sacármelas de la cabeza, no podía.
Me moví inquieta. La mente me daba vueltas. Debí de despertar a la bella durmiente que estaba a mi lado porque, unos segundos después, se movió un poco y se giró hacia mí. Su brazo rozó el mío, suave e involuntariamente, pero fue suficiente para que abriera los ojos.
—Sabrina... ¿sigues despierta? —murmuró.
—Sí —respondí en voz baja—. ¿Tú también?
Sonrió levemente—. No puedo dormir bien cuando estás cerca.
Solté una risita—. Esa es una forma sutil de decir que no te dejaría dormir.
—Quizás —dijo sonriendo—. Pero eso no significa que no haya podido dormir al menos unos minutos.
Extendió la mano y apartó