Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió silenciosamente, revelando a Héctor. Entró sin hacer ruido, su expresión seria y calculada. Se acercó a Alejandro, sus ojos escaneando rápidamente la figura dormida de Luciana.
—¿Está dormida? —preguntó Héctor en voz baja.
Alejandro asintió, sus ojos aún fijos en el rostro sereno de Luciana. Parecía tan en paz, tan ajena a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Una parte de él deseaba poder protegerla de todo, pero sabía que ya no había vuelta atrás.
—Sí —respondió con un susurro—, está dormida.
Héctor asintió, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Es un buen plan —dijo, su tono frío como siempre—. Dormirá lo suficiente para que podamos hacer lo que necesitamos. No se enterará de nada.
Alejandro soltó un largo suspiro, pasando una mano por su cabello, intentando calmarse. Aunque sabía que Héctor tenía razón, la culpa seguía clavándose en su interior.
—Espero que esto sea lo correcto —murmuró Alejandro, su voz llena de dud