Parte I: Capítulo 4

Desde el día de su promesa no había momento en que no estuvieran juntos: si tenían que salir, Mat no lo hacía si Vlad no los acompañaba y en todo el camino no se alejaban mucho el uno del otro, como si temieran perderse en un descuido. Incluso dormían juntos en la misma cama, abrazados como si temieran perderse durante el sueño, lo que fortalecía cada vez más el lazo invisible que los unía.

No actuaban como hermanos. Mejor dicho, actuaban como uno mismo. Cada uno era completamente diferente, pero se complementaban: el de rastas era fuerte, alegre y entusiasta, mientras el pequeño pelinegro era callado, tímido, delicado, frágil... Y con gustos totalmente opuestos.

Leonard había sido transferido a una ciudad diferente y, dado que no podía alejar a su hijo de la nueva vida que ahora tenía y a la que parecía adaptarse por fin del todo, decidió dejarlo bajo el cuidado de su hermana con la promesa que los visitaría siempre que tuviera tiempo.

A diferencia de los años pasados en los que constantemente tenía que cambiar de casa por lo menos dos veces al año o alejarse de su padre, ésta vez Matías no se puso triste. Claro, ahora con su nuevo compañero no había razón para hacerlo, y eso tanto su padre como su tía lo agradecían enormemente.

Vlad no solamente se estaba ganando el cariño del chico, sino también de Sophie. A pesar de ser un niño reservado e incluso temeroso, era un completo amor. Era dulce y mostraba su agradecimiento a su manera. Sería, pensaba ella, una lástima que lo alejaran de la que ya consideraba como su nueva familia... pero si no se hacía algo al respecto eso no tardaría en ser una realidad.

Pasaban el día en el parque o en el jardín trasero, perdiéndose entre las plantas o tirados en el césped, mirando las nubes pasar, mientras el mayor inventaba historias fantásticas para entretenerlo.

— ¿Sabes alguna que tenga que ver con las rosas?

Torció los labios un momento, pensando; indagando en su creatividad para inventar una, pero nada. No estaba muy relacionado con las flores más que con los rosales que había plantado su madre.

— No. No sé nada de las rosas... solamente que tienes que tener cuidado con sus espinas.

— Me gustaría saber por qué las tienen.

— Dijiste que las tenían para que no las lastimaran.

— Quiero decir, que quisiera saber a qué le tienen miedo de verdad... y si siempre las han tenido. —murmuró lo último, como si se apenara de tan disparatada duda.

— Puede ser que tengan miedo a ser arrancadas.

— ¿Entonces por qué los tulipanes y las gladiolas no tienen? ¿No todas las flores tienen miedo a que las arranquen?

Matías se encogió de hombros, regresando la mirada al cielo sin saber qué responder.

— No sé. Tal vez.

— Deberían. Si las arrancan, mueren más pronto.

— ¿Entonces a qué crees que las rosas le tengan miedo?

— Eso es lo que me gustaría saber.

Se dio vuelta, quedando acostado sobre su vientre, y volvió a mirarlo.

— ¿Por qué te interesan tanto?

— Son mis flores favoritas.

— Bueno, si algún día lo descubro, te lo diré. —le sonrió tiernamente, recibiendo una sonrisa dulce de vuelta.

— ¡Chicos! —la voz de Sophie los llamó desde dentro— ¡Vamos a salir! —no esperaron que les dijera más. Se pusieron de pie y se apresuraron a entrar, tomados de la mano como siempre.

Los días que Vlad había pasado dentro de la familia Miller habían sido los mejores de su vida desde la muerte de su padre. Estaba realmente agradecido con todos, sobre todo con Sophie, ya que siendo trabajadora social facilitaba su estancia con ellos tras llegar a un acuerdo con el Estado en donde le habían propuesto que a cambio de darle una educación y una vida digna por lo menos hasta que apareciera alguna pareja dispuesto a adoptarlo, podría retenerlo algún tiempo, aunque el acuerdo no era suficiente para ella, pues lejos de pensar en que el día en que se separaran tendría que llegar tarde o temprano, se dedicaba a esperar que el departamento pudiera darse cuenta que estaba bien con ellos y le permitieran quedarse con él.

Caminaron hasta una tienda departamental, para comprar un poco de ropa al pequeño ya que, aunque la de Mat le quedaba "bien," no era de su talla y batallaba un poco con algunos de los pantalones para mantenerlos en su lugar. Sophie dejó que ellos se perdieran entre los pasillos, escogiendo la ropa, mientras les esperaba en el mostrador, perdiendo la mirada en uno de los muchos catálogos que tenían para pasar el tiempo.

Playeras de manga larga, sudaderas, pantalones... todo lo que no dejara ver gran parte de su cuerpo para que no se dieran cuenta de las cicatrices que hasta ahora solamente le había permitido ver a Matías.

— ¿Qué tal ésta? —le mostró una camisa sin mangas, algunas tallas más grandes.

— No quiero que vean mis brazos. —respondió viéndola de reojo.

— Ah, cierto —torció levemente los labios, dejándola en su lugar—. ¿No le has dicho a Sophie de las cicatrices?

Negó, perdiéndose de nuevo entre la ropa.

— Creí que tú le dirías.

— Se me ha olvidado —llevó la mano a su nuca, sonriendo de lado—. Además, dices que no duelen, ¿cierto?

Asintió, terminando de escoger la ropa que llevaría.

— Mientras no me duelan, no importa. Sólo no quiero que las vean. No me gustaría que se dieran cuenta.

Antes de que diera vuelta y se adelantara al mostrador, el de rastas le detuvo del brazo, viéndole serio.

— ¿Algún día me dirás todo lo que te hicieron?

— No importa ya.

— Me gustaría saber...

— No quiero recordar —apretó levemente los labios, obligándose a mantener los recuerdos de aquel encierro en lo más profundo de su mente—. Pero si puedo recordarlo después sin que me sienta mal, te lo diré. Promesa. —giró a verle, sonriendo levemente.

En seguida le soltó, resignado, caminando con él hasta donde Sophie. Pagaron y regresaron a casa, perdiéndose en juegos donde los tres participaban, cual familia.

Llegaron a casa y se apresuraron a la sala. Al pasar por la cocina, se entretuvieron en una persona que estaba de espaldas, revolviendo las cosas de la alacena y maldiciendo entre dientes a Leonard. Al escucharlo, Mat sonrió ampliamente y se apresuró a acercarse, para tomarlo por sorpresa, mientras su tía les veía recargada en el muro, dejando que Vladimir se ocultara tras ella.

— Por aquí deben estar... El idiota de Leonard no pudo haberlas tirado todas.

— Sabes que a mi hermano no le gusta que ocultes tu licor en su casa, Aaron. —Sophie se adelantó a llamar su atención, antes de que el pequeño de rastas le brincara encima.

Aaron se giró de inmediato, encontrándose con ella riendo leve y su sobrino colgándosele del cuello. Su sonrisa se amplió, cargándolo para dar vueltas con él. Se acercó despacio, zigzagueando hasta Sophie; le besó en la comisura y enseguida desvió la mirada al pelinegro que le veía curioso.

— ¿Y quién es él? —preguntó señalándolo— ¿Por fin se te cumplió el tener un hermano, Mat?

Asintió, riendo leve.

— Se llama Vladimir.

— Hola, Vlad. —alargó el brazo para saludarle, pero se alejaba.

— Está bien. Es Aaron, Vlad.

— Tío Aaron, jovencito. —a diferencia de Sophie, le encantaba ese título. Le era agradable, sobre todo viniendo de tan simpático chico digno hijo de su hermana difunta.

Vlad estuvo viéndole un rato más y, al sentirse seguro ante las risas de Mat, dejó verse e incluso dejó que le cargara de igual manera para unirse a los juegos donde antes solamente participaba el pequeño de rastas.

Les cargaba y tiraba en el sofá, simulando una batalla con los almohadones, terminando poco después debajo de ambos, como víctima, ante sus risas divertidas hasta que Sophie les llamó la atención, riendo al igual que ellos al ver tal escena.

— Bueno, bueno, ya. Vayan a jugar afuera.

— Ya escucharon: vamos afuera.

— No, no, no. Tú vienes conmigo —le apartó tirándole del brazo, llevándolo hasta su habitación—. Tenemos que hablar de algo.

Matías les vio alejarse y se giró a su compañero, haciendo lo mismo hasta llevarlo a su pieza.

— Tu tío es agradable. —casi murmuró el moreno, dibujando una tímida sonrisa.

— Bastante —rió leve, cerrando la puerta—. Creo que tú también le agradas. Eres al primero que carga aparte de mí. Con los demás nunca ha jugado así. —revolvió las cosas del clóset, sacando de entre ellas un pequeño baúl de madera. Le tomó de la mano y se sentó frente a él en el suelo, abriéndolo.

Sacó del interior un dije plateado, adornado con la imagen de una rosa azul al frente y, tras observarlo con cuidado un momento, se lo entregó, dibujando una sonrisa en sus labios mientras él lo tomaba con cuidado, clavando la mirada en aquel precioso objeto.

Del otro lado de la casa, en la habitación de Sophie, Aaron se dejaba caer sobre la cama, dejando que ella lo tomara de la mano al tiempo que se sentaba a su lado.

Los dos mantenían una relación sentimental desde pocos días antes que la madre de Matías falleciera. Era cierto que se veían pocas veces pero cuando lo hacían, aprovechaban el tiempo lo mejor que podían.

Dos años de relación y se mantenía firme a pesar de todas las cosas que habían tratado de separarlos. La distancia y Leonard, por ejemplo.

— ¿Te quedarás más tiempo ésta vez?

— Ajám —respondió tirando ligeramente de su brazo para hacerla caer sobre su pecho. Ella rió leve, acomodándose y haciéndole que le rodeara con ambos brazos—. Hablé con tu hermano y...

— Oh, no. No me digas que se han peleado de nuevo...

— No.

— ¿Entonces?

— No vas a creerlo —sonrió aferrándola a él—. Me permitió mudarme.

— ¿Es en serio? —alzó la mirada, viéndole sorprendida.

— Así es —dejó un dulce beso sobre su frente—. Dice que es mejor tener un hombre en casa que pueda cuidar de su hijo y su hermana. Y como no conoce a nadie más...

— Entonces, prácticamente estaremos viviendo juntos...

— Sí. Como recién casados. —dejó escapar una risilla burlona, haciéndole que sonriera junto con él.

Una idea cruzó la mente de ella como una estrella fugaz. Ahora estaban juntos, podrían probar que vivían juntos; podrían probar que su relación era sólida y podrían sortear las dificultades que se podrían avecinar. ¿Entonces, por qué no...?

— También te estás comprometiendo a cuidar de Vlad.

— Oh, cierto. El nuevo pequeño de la casa.

— ¿Qué piensas de él?

— Es simpático. ¿Es el niño de quien me hablaste por teléfono?

Asintió, dibujando garabatos sobre su pecho mientras se armaba de valor para plantearle lo que a prisa había cruzado su mente.

Ella trabajaba atendiendo solicitudes de adopción en el edificio de servicios sociales del centro y desde hacía unos días había dado aviso a las autoridades del caso de Vladimir. Dado que el chico era huérfano, pasaron su caso de inmediato a su jurisdicción. Trataron de convencerla de llevarlo a alguna de las casas hogar, pero dado que se habían encariñado demasiado, además de haber demostrado que podría hacerse cargo de él, le permitieron cuidarle en el tiempo que pudieran buscarle una familia.

Ahora podría darse oportunidad de mantenerlo a su lado con seguridad.

— Matías se ha vuelto muy cercano a él...

— Sí. Me di cuenta en cuanto afirmó que era "su hermano."

—¿Recuerdas que ya habíamos hablado antes de tener familia?

— Espera, ¿en qué estás pensando?

— Bueno, podemos comprobar que vivimos juntos y que podríamos salir adelante.

— No esperas que...

— Olvídalo. Solamente fue algo que cruzó mi mente.

Aaron le vio con ternura. No era secreto su deseo de ser madre, ya una que otra vez habían hablado del tema e, incluso, lo habían intentado, y al escuchar del médico que les iba a ser imposible concebir, no perdían la esperanza de formar una familia... y la adopción era una opción muy viable.

Acarició su cabello y perdió la vista en el muro de enfrente, sumiéndose en el silencio al lado de ella.

En la pieza del chico mayor, ambos se recostaban en el suelo, con la vista perdida en el techo y sus dedos rozándose entre sí. El dije, que antes había pertenecido a la madre del pequeño de rastas, ahora colgaba del cuello de Vlad.

Había sido un regalo de su madre a pocas horas antes de que le arrebataran la vida. Le había hecho prometer que se lo daría a la persona que se volviera especial para él y de quien estuviera seguro que estaría a su lado para siempre.

Nunca dijo que tenía que ser una chica la nueva dueña.

El poco tiempo que tenía de conocerlo le era suficiente para saber que él era el indicado. Se sentía demasiado cercano y le tenía confianza plena, como si lo conociera de tiempo atrás, aunque estaba seguro que no era así.

Platicaron horas de esto y aquello; de las cosas del colegio, los amigos que haría ahí y las tareas que le arruinarían las tardes; las vacaciones y los viajes que podrían hacer a la playa o al bosque... pláticas que se alargaron hasta el anochecer.

Se acurrucaron el uno contra el otro, abrazados; perdiéndose en un mismo sueño.

Antes de dormir, Aaron se acercó al oído de su querida novia y, susurrando unas palabras, sonrió amplia y dulcemente, dejando un beso en su frente. Al instante, ella le abrazó por el cuello, sumamente feliz, besando sus labios.

Pasaron la noche compartiendo el sueño tranquilo de los pequeños, invadidos por un sentimiento de felicidad enorme. Todos, bajo la mirada de una dama invisible que se ocultaba en medio de la oscuridad de la vivienda, quien les velaba dibujando una sonrisa amplia y les guardaba bajo su manto protector.

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