25. Herida oculta
Camila
«Mamá, despierta. ¿No trabajas hoy?».
Esa suave voz me hizo cosquillas en los oídos. Mis párpados se movieron lentamente, adaptándose a la luz de la mañana. Cuando recuperé la vista, apareció el rostro de Mateo, lleno de entusiasmo, con las mejillas ligeramente enrojecidas por haberse duchado hacía poco. Su albornoz le quedaba demasiado grande, lo que le daba el aspecto de un gatito que acababa de despertarse.
—Buenos días, mamá —dijo con una gran sonrisa—. Vamos a desayunar. Lo he preparado yo mismo.
Una leve sonrisa apareció en mis labios. Cada vez que lo veía así, alegre, lleno de energía y despreocupado, sentía una cálida sensación difícil de explicar. Era diferente de cómo solía ser.
Me senté lentamente, todavía con restos de sueño, y de repente él me abrazó con sus pequeños pero cálidos brazos.
—Te quiero, mamá. No dejes a Mateo, ¿vale? Y... Mateo siente haberte hecho daño en el pasado.
Había repetido esas palabras muchas veces, pero aun así me oprimían el pecho. No porque