Capítulo 7
Diego se acercó a preguntar por la condición de Sofía durante su estancia en el hospital, pero Miguel siempre lo esquivaba con evasivas:

—Yo no puedo hacer nada si ella no coopera… Cuando decida hacerlo sanará rápidamente. Además, en el extranjero seguro tendrá los mejores especialistas, así que no te preocupes.

A Diego, por un lado le molestaba que Sofía estuviese haciendo eso para llamar su atención, pero en su interior le hacía feliz que él era lo más importante para ella.

—Sofía, ¿no sería mejor que aceptaras el tratamiento y te recuperaras pronto? ¿Por qué eres tan obstinada, dañándote a ti misma y empeorando tus heridas?

Pero cuando Sofía lo veía, solo preguntaba con indiferencia—: ¿ el abuelo ya despertó?

La compasión que Diego había comenzado a sentir desapareció al instante. Se burló:

—¿Te atreves a preguntar? De no ser por tu situación, te obligaría a disculparte.

Sofía respondió débilmente: —Lo siento.

Pero Diego pareció no escucharla, o quizás simplemente no quiso oír.

Pronto, todas sus pertenencias en la casa de los Martínez fueron empacadas, como si quisieran borrar cualquier rastro de su presencia.

Entre ellas había una pequeña talla de madera que había planeado regalarle a Diego en su cumpleaños.

Cuando llegó a la casa de los Martínez, era solo una niña en un entorno desconocido.

Cuando Gabriel estaba ocupado, Diego la acompañaba, llevándola al parque de diversiones, al cine, de compras. En ese entonces, Diego era amable y cariñoso con ella.

Escribía un diario en secreto, trazando cuidadosamente el nombre de Diego en sus páginas.

Esa talla de madera le tomó todo un mes hacerla, incluso se hizo un corte en la mano, pero aguantó el dolor y la terminó, preocupándose solo de no manchar la madera con sangre.

Pero cuando llegó el día del cumpleaños, acudió feliz a la celebración solo para descubrir que él ya tenía compañía.

Era Luciana quien se aferraba íntimamente al brazo de Diego, y sus rostros regocijantes, le hirieron profundamente.

Sofía casi rompe en llantos delante de todos.

Para colmo, Diego, completamente ajeno a sus sentimientos, se acercó con Luciana:

—Sofía, es la primera vez que Luci asiste a un evento así, asegúrate de cuidar de ella...

No escuchó el resto de sus palabras porque, abrumada por la tristeza y la rabia, soltó la mano de Diego y salió corriendo.

Se suponía que ella era quien debía estar al lado de Diego.

¡Ella era su prometida!

Después tuvieron una fuerte discusión. Diego la acusó de ser irracional:

¡Podrías dejar de atacar a todo el mundo? Pareces perro rabioso, ¿No te da vergüenza? Luci es mi amiga, respétala.

Pero Sofía veía claramente que Luciana no lo veía como amigo. Desde entonces Diego se distancio de ella y nunca volvió a llamarla “Sofi”.

Cada vez que lo oía llamarla "Sofía" con impaciencia, no podía evitar sentirse herida.

El día que quedó atrapada en la montaña nevada, al borde de la muerte, se sentó bajo un árbol con sus piernas gravemente heridas, sintiendo una desesperación absoluta.

Frente a la muerte, todas las obsesiones parecían insignificantes.

De repente, la Diosa de la Luna apareció ante ella, flotando en su vestido blanco.

—Así que eres un ser humano herido por el amor, a punto de morir. Hagamos un trato y te dejaré vivir.

Con su último aliento, preguntó: —¿Qué trato?

—Dame lo más valioso que tengas, y podrás seguir viviendo.

—No tengo padres, ni poder, ni influencia; lo más valioso que poseo es mi amor por Diego. ¿Cómo puedo dártelo?

Sofía sonrió amargamente, sintiéndose patética.

—Seis días después de hoy, salta del techo de un edificio, y yo me llevaré tu amor por Diego y todos tus recuerdos de él. Tendrás una nueva vida entonces.

Sofía cerró los ojos, y momentos del pasado con Diego desfilaron ante ella como una película.

«Diego, voy a renunciar a ti”

Finalmente, asintió:

—Acepto.

El sexto día. Un sirviente de los Martínez vino a la habitación del hospital para preguntarle a Sofía si quería llevarse algo más.

—Señorita Jiménez, aquí están todas sus pertenencias. Por favor, compruebe si falta algo.

Sofía apartó la mirada de aquellas cosas y negó con la cabeza:

—¡Tírenlo! Ya no lo necesito.

Antes de partir, Diego fue a verla. Pensando en que no la vería por mucho tiempo, sintió cierta incomodidad.

—En el extranjero, mientras recibes tratamiento, reflexiona y cambia ese carácter, y cuando reconozcas que te equivocaste y cambies, iré a buscarte. ¿Entendido?

Sofía simplemente asintió sin emoción: —Entiendo, cambiaré.

Diego frunció el ceño, sintiéndose cada vez más inquieto.

Esta Sofía sumisa y obediente le provocaba una extraña sensación, como si supiera que Sofía no era así...

En ese momento, Luciana entró y se aferró a su brazo, interrumpiendo momentáneamente sus pensamientos:

—Sofía, ¿estás lista?

Viendo la intimidad entre ellos, Sofía simplemente esbozó una leve sonrisa:

—Esperen afuera, me cambiaré de ropa y saldré enseguida.

Diego se sentía intranquilo, pero finalmente salió de la habitación acompañado por Luciana.

Un presentimiento ominoso crecía en su interior.

¿Por qué Sofía ya no le suplicaba como antes?

¿Por qué ya no sentía celos de él y Luciana?

Luciana lo observaba, su mirada maliciosa, intrigante.

¿Qué maldito poder ejercía Sofía sobre él qué incluso, viéndola en ese estado tan deplorable, Diego se preocupaba tanto por ella?

Pero al levantar la mirada, sonrió radiantemente a Diego:

—No te preocupes, tus padres se aseguraron de que ella este bien cuidada.

Diego asintió distraídamente.

En el peor de los casos, podría volar ocasionalmente para ver a Sofía.

Pero no podía permitir que ella lo viera, porque seguramente volvería a aferrarse a él como antes.

Al pensar en esto, Diego no pudo evitar curvar ligeramente los labios en una sonrisa, pero la borró enseguida al ver, en el quinto piso, una figura familiar sentada en la ventana.

—¡No! —exclamó, con las pupilas dilatadas, queriendo volar hasta ella, pero ya era demasiado tarde. Al instante vio que aquella frágil silueta se precipitó al vacío, formando una flor de sangre al impactar contra el suelo.

—¡Sofi!
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