Sofía y Mateo se comprometieron varios meses después.
Aquel día, tras ver partir a Diego, Sofía llevó a Mateo a una clínica, preocupada y molesta a la vez.
—Mira estas heridas... —mientras le aplicaba medicamento con cuidado, lo regañaba—: ¿Por qué eres tan impulsivo?
—Un rostro tan apuesto, qué lástima que esté lastimado.
Mateo, sonriente, apoyó su barbilla en la palma de ella:
—Si esto hace que te preocupes por mí, valió la pena cada golpe.
Sofía se sonrojó y lo miró con fingido enfado:
—Qué bromista eres.
Pero su expresión seguía reflejando preocupación:
—No vuelvas a hacer algo así. Cuando te veo lastimado, también me duele.
—De acuerdo —Mateo asintió, prometiéndole solemnemente—. Juro que nunca más haré que Sofía se preocupe.
A principios del verano, celebraron oficialmente su boda.
Bajo una lluvia de pétalos, los novios caminaron uno hacia el otro entre los aplausos y bendiciones de familiares y amigos.
—Estoy muy nervioso.
En ese momento tan especial, los ojos de Mateo se humede