—¿Por qué no me dijiste que estabas enferma?
Santiago se acercó a ella, frunciando el ceño, y le entregó un pañuelo limpio.
Sin esperar a que Juliana hablara, dejó lo que tenía en la mano y fue a la tienda de al lado a comprar dos botellas de agua, las desenroscó y se las entregó.
Juliana la tomó y