—¿Te alabo por tu nobleza, ¿y qué?
Juliana miró con desprecio a Santiago, que tenía el rostro pálido, sin mostrar miedo alguno. En el momento en que fue secuestrada, se atrevió a insultarlo, incluso lo arrastró hacia abajo. ¿Debería tener miedo ahora de un lunático que apenas podía mantenerse en pie