—Sin problema, Sr. Torres, por favor suba al auto— dijo Diego.
No era una persona mezquina y, dado que Emiliano hacía la petición, no la rechazó.
Abrió la puerta trasera para Emiliano y lo invitó a subir.
De reojo, notó la palma de la mano de Emiliano, donde se vislumbraban rastros de sangre. Era ev