La doctora Evans confirmó mis sospechas. Yo la había llamado asustada después que esa bestia se paseó y orinó mi techo y ella llegó presta a la casa, con sus guantes quirúrgicos y su mandil blanco, también sus lentes redondos grandotes y además se había hecho un moño con su pelo. Miró detenidamente los orines. -Te habrás asustado mucho-, me dijo auscultando todo lo que había marcado esa cosa en la azotea de mi casa.
-Era muy enorme, con un gran pelaje oscuro-, le dije abanicando mis ojitos. -Es un lobo de Alaska, no me cabe duda-, me insistió Evans. Yo pensaba que ese tipo de cánidos tenían su pelaje blanco. -Los hay de diversos colores, pero se caracterizan por tener colmillos fuertes-, me detalló la veterinaria.
-Es macho, entonces, crucé los brazos, de lo contrario no hubiera marcado su territorio-
-Las hembras también lo hacen-, sonrió Evans. -Pero en éste caso sí, es macho, en efecto, ajá-, me subrayó varias veces. -Las hembras orinan en poca cantidad y éste lobo s