Isabella, una chica de 14 años, se encuentra atrapada en una encrucijada entre el deber familiar y sus propios sueños. Tras un matrimonio arreglado con Diego, un hombre que todos creen discapacitado, su vida da un giro inesperado.A medida que se aproxima su cumpleaños número 18, Bella descubre que Diego no es quien aparenta ser: detrás de la fachada se esconde un empresario exitoso con un carácter frío y enigmático.. A medida que se acerca el momento de cumplir los 18 años y enfrentarse a su destino, se verá obligada a tomar decisiones que cambiarán su vida para siempre. ¿Podrá Bella reconciliar su corazón con su realidad, o se verá condenada a vivir a la sombra de un matrimonio impuesto?
Leer másEl timbre sonó, marcando el final de la clase de matemáticas. Los estudiantes comenzaron a levantarse de sus asientos, llenando el aula con risas y murmullos. Sin embargo, Isabella Montoya, conocida como Bella, permaneció sentada, con la mirada perdida en su escritorio. Su mente estaba ocupada en pensamientos oscuros y pesados que no la dejaban en paz.
La noche anterior, su padre había regresado de la oficina con una noticia que la había dejado en estado de shock. “La familia Korsakov tiene un trato con nosotros”, había dicho, su voz grave resonando en la sala. “Una de nuestras hijas debe casarse con un miembro de su familia. Clara es la mayor, así que es su responsabilidad”.
Las palabras de su padre seguían repitiéndose en su mente, como un eco que no podía silenciar. Clara, su hermana mayor, había reaccionado de inmediato, rompiendo en llanto. “¡No puedo casarme con él! ¡Es un discapacitado! ¡Es feo y un inútil!” Había gritado, su voz llena de desesperación.
Bella había estado en su habitación, escuchando la conversación desde la puerta entreabierta, sintiendo que su corazón se hundía. No era la primera vez que oía hablar de Diego Korsakov. Los rumores sobre él circulaban en su familia como un veneno, y Bella no podía evitar preguntarse qué tan cierto era todo lo que decían.
Mientras Clara lloraba, su madre había intentado calmarla. “No quiero que tu vida sea tan difícil, Clara. No quiero sacrificarte de esa manera”, había dicho, su voz temblando con la emoción. Bella había sentido una punzada de dolor por su hermana, pero también una extraña sensación de alivio. ¿Acaso su madre estaba defendiendo a Clara?
En ese momento, Bella decidió salir de su habitación. Caminó hacia la cocina, buscando un vaso de leche para calmar su inquietud. Cuando entró, vio a Clara y su madre en una conversación acalorada. Clara le lanzó una mirada furtiva y susurró algo al oído de su madre, quien sonrió con complicidad. Bella sintió que la ignoraban, como siempre. No era la primera vez que se sentía invisible en su propia casa.
“¿Por qué no intercambiamos a Clara por Isabella?”, sugirió la madre de Clara, su tono ligero, casi burlón. Bella se detuvo en seco, sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea de ser intercambiada como un objeto la llenó de un frío helado.
“¿Estás loca?” respondió su padre, sorprendido. “Isabella solo tiene 14 años. No puede casarse. Aún no ha cumplido la mayoría de edad”.
Clara, aun con lágrimas en los ojos, se cruzó de brazos. “No importa. No quiero ser parte de esto. No quiero ser la esposa de un hombre que no conozco”.
“Pero es un trato que nuestra familia necesita”, insistió su madre, su tono volviéndose más serio. “Piensa en lo que esto significa para nosotros”.
Bella se quedó en la puerta, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Siempre había sido la hermana olvidada, la que había llegado después de la muerte de su hermano gemelo. Desde su nacimiento, su familia había visto su llegada como una maldición. Su madre siempre le recordaba cómo había perdido a su hijo, y Bella sentía que su vida estaba marcada por esa tragedia.
“Isabella es una carga”, había escuchado a su padre decir en ocasiones. “Nunca debería haber nacido. Su llegada trajo desgracia a nuestra familia”.
Ese pensamiento la perseguía, y aunque sabía que no tenía la culpa de lo que había sucedido, la sensación de ser un estorbo la seguía como una sombra. Mientras sus padres discutían, Bella se sintió atrapada en una red de decisiones que no le pertenecían.
“¿Por qué no podemos simplemente olvidarnos de este trato?” preguntó Clara, su voz ahora más calmada, pero llena de frustración. “No quiero vivir así. Quiero tener una vida normal, no ser un peón en un juego de poder”.
“Eso no es posible, Clara. Hay cosas más grandes en juego aquí. No podemos rechazar esta oportunidad”, respondió su padre, su tono autoritario.
Bella sintió que su corazón se aceleraba. La idea de ser un peón en un juego del que no tenía control la aterraba. ¿Qué pasaría si su padre decidía que ella era la solución a todos sus problemas? ¿Qué pasaría si su familia decidía que su vida no valía nada?
“Quizás deberíamos pensar en Isabella”, sugirió la madre de Clara de nuevo, con un tono más suave. “Ella aún es joven. Podría ser una opción en el futuro”.
El comentario hizo que Bella se sintiera enferma. La idea de ser un sacrificio para salvar a su hermana la llenó de indignación. “No soy un objeto”, murmuró para sí misma, sintiendo que el aire se volvía más denso a su alrededor.
“Isabella, ven aquí”, llamó su madre, y Bella, sintiéndose atrapada, se acercó lentamente.
“¿Qué piensas sobre todo esto?” preguntó su madre, su mirada evaluativa.
“Es injusto”, respondió Bella, sin poder contenerse. “No debería ser así. No debería haber un trato que decida nuestras vidas”.
Clara la miró, sorprendida. “¿De verdad crees eso?”
“Sí, creo que deberíamos tener la libertad de elegir”, dijo Bella, sintiendo que la ira comenzaba a burbujear dentro de ella.
“Pero no tenemos esa libertad”, dijo su padre, su voz dura. “Las decisiones ya han sido tomadas. Debemos hacer lo que se espera de nosotros”.
Bella sintió que su mundo se desmoronaba. La presión de su familia la aplastaba, y la idea de ser una carga para ellos la llenaba de desesperación. “No puedo vivir así”, murmuró, sintiendo que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.
“Bella, no te involucres en esto”, le advirtió su madre, pero Bella ya había tomado una decisión. No quería ser parte de un plan que la relegara a ser un sacrificio.
“Voy a hablar con Diego”, dijo, sintiendo que era la única forma de recuperar algo de control sobre su vida. “Voy a conocerlo y decidir por mí misma”.
Sus palabras dejaron a su familia en silencio, y Bella sintió que un rayo de determinación cruzaba su ser. No sabía qué le esperaba, pero estaba lista para enfrentar lo que viniera. La vida era demasiado corta para dejar que otros decidieran su destino.
Con esa resolución, Bella salió de la cocina, dejando atrás a su familia y sus expectativas. El peso de su historia la seguía, pero por primera vez, sintió que tenía el poder de cambiar su rumbo. La vida no sería fácil, pero estaba dispuesta a luchar por lo que quería, incluso si eso significaba enfrentarse a los Korsakov.
Mientras caminaba hacia su habitación, Bella sintió que una nueva chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su corazón.
Khalid sintió que la adrenalina corría por su cuerpo.—¿Ves, Diego? —dijo, su voz llena de determinación—. No la puedes retener. Ella es libre de elegir.Diego, sintiendo que su control se desvanecía, dio un paso hacia atrás, su mirada llena de desesperación.—No puedes hacer esto —dijo, su voz quebrándose—. No puedes llevártela.Margaret, viendo la angustia de Isabela, se acercó a ella.—Isabela, estamos aquí para ayudarte. No estás sola.Khalid se acercó a Isabela, sosteniendo su mano con firmeza.—Vamos, bella. Te llevaremos a casa. A tu hogar.Diego, sintiendo que su mundo se desmoronaba, se volvió hacia los oficiales.—¡No! ¡No se la llevarán! —gritó, su voz llena de furia.Pero los oficiales, con la autoridad que les confería su posición, comenzaron a intervenir. Uno de ellos se acercó a Diego.—Señor Diego, si no se aparta, lo arrestaremos por obstrucción de la justicia.La joven comenzó a dar pasos hacia la salida, y la luz del sol parecía brillar más intensamente.—¡Isabela! —
Khalid al-Fassi se sentó en el despacho de los Mendoza, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación. Había pasado demasiado tiempo sin noticias de Isabela, y cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad. La angustia de su hijo Rami, quien preguntaba constantemente por su madre, lo impulsaba a actuar.—Margaret, Fernando —comenzó Khalid, su voz firme—, necesitamos un plan para encontrar a Isabela. No podemos quedarnos de brazos cruzados.Margaret asintió, sus ojos llenos de preocupación.—Tienes razón, Khalid. Debemos ser cuidadosos. Si Diego se entera de que estamos buscando a Isabela, no dudo que hará algo drástico.Fernando, siempre pragmático, intervino.—Podemos seguir a Diego en secreto. Necesitamos averiguar dónde la tiene escondida.Khalid sintió que la esperanza comenzaba a renacer. Con la ayuda de los Mendoza, tal vez podrían rescatar a Isabela de las garras de Diego. Sin embargo, la sombra de la incertidumbre se cernía sobre ellos. Sabían que el ti
Seis meses habían pasado desde que Khalid al-Fassi había tenido noticias de Isabela. Cada día, la inquietud crecía en su interior, y la preocupación por su hijo Rami, quien siempre preguntaba por su madre, lo mantenía en un estado constante de ansiedad. Khalid había intentado llamarla en múltiples ocasiones, pero cada vez la línea estaba muerta. La incertidumbre lo consumía.Un día, decidió que no podía esperar más. Con el corazón pesado, tomó el teléfono y llamó a la casa de los Mendoza. La voz familiar de Margaret resonó al otro lado.—Hola, doña Margaret, ¿cómo estás? Soy Khalid.—¡Ah, Khalid! —respondió ella con calidez—. Estoy bien, ¿y tú?—Señora Margaret, quiero hacerle una pregunta. ¿Cómo está Isabela?Un silencio incómodo se estableció en la línea. Khalid sintió que su corazón se detenía.—Yo tampoco sé de ella —dijo Margaret finalmente—. La he llamado, y nadie contesta.La preocupación de Khalid se intensificó. No podía permitir que la situación continuara así. Justo en ese
La noche había sido una tortura disfrazada de celebración. Al regresar a casa, Diego se sentía lleno de rabia y frustración. La imagen de Isabela ignorándolo, sonriendo a sus amigos, lo había enfurecido. Cuando entró en la casa, lo primero que hizo fue buscarla.Isabela estaba en su habitación, intentando recuperar el aliento después de un día lleno de humillaciones. Pero no tuvo tiempo para relajarse. Diego irrumpió en su habitación y, sin previo aviso, la agarró por la garganta con fuerza.—¿Te divertiste esta noche, Isabela? —le preguntó, con una sonrisa torcida—. ¿Te sientes feliz con ellos, verdad? Nunca me sonríes a mí, pero lo haces con ellos. ¿Crees que comportarte así me hará dejarte ir? Estás muy equivocada.Isabela, al principio, intentó sostener su mano para que no presionara tanto su cuello, pero al final desistió. No quería luchar más. Cerró los ojos y dejó que él apretara su cuello con toda la fuerza que deseaba.Diego observó cómo una lágrima caía del rabillo de su ojo
La ocasión era el cumpleaños del abuelo de Diego, y la atmósfera estaba cargada de risas y conversaciones. Clara sostenía el brazo de Diego mientras entraban, y todos los presentes notaron la escena. Clara era la que acompañaba a Diego, la hermana mayor de Isabela, la que había tomado su lugar.Los murmullos comenzaron a circular entre los invitados. Clara había traído un regalo lujoso, mientras que Isabela se sentía completamente fuera de lugar. No tenía idea de por qué estaba allí, y mucho menos de lo que se esperaba de ella.—Isabela, no me digas que no compraste un regalo para el abuelo de Diego —interrumpió Clara, alzando la voz y atrayendo la atención de todos—. ¿Dónde está tu cara de vergüenza?Isabela miró al abuelo de Diego y le sonrió, sintiéndose pequeña en medio de la multitud.—Perdón, abuelo, no sabía que era su cumpleaños. Diego solo me dijo que lo acompañara —se disculpó, sintiéndose atrapada en una red de mentiras.—Cuando visitas a la casa familiar de tu esposo, es d
Isabela se encontraba atrapada en un ciclo de desesperación. Cada día que pasaba, el miedo se convertía en su único compañero. La vida que había conocido se desvanecía lentamente, dejándola como un espectro, una sombra de lo que alguna vez fue. Su mente estaba nublada por el terror, y su cuerpo, una representación de su sufrimiento, se había vuelto tan delgado que apenas podía sostenerse.La opresión de Diego y la manipulación de Clara habían transformado su hogar en una prisión. Isabela ya no dibujaba; su creatividad se había marchitado, reemplazada por garabatos de horror que reflejaban su angustia. Los colores vibrantes que antes llenaban sus páginas ahora eran solo manchas grises y borrosas, una niebla espesa que simbolizaba su estado mental.Mientras tanto, en la cocina, los sirvientes murmuraban entre ellos, conscientes de la situación de Isabela pero impotentes para ayudarla.—No puedo creer lo que le está pasando a la señorita Isabela —dijo Teresa, una de las cocineras, mientr
Último capítulo