Capítulo 5

Hacía ya varios días que Iván Rivera había recibido de manos de su secretaria la invitación al cumpleaños del hijo de su nuevo socio, Gabriel Mendoza. Había aceptado de inmediato confirmando su asistencia, estaba realmente deseoso de conocer más íntimamente a la familia de Alberto con quien además de entenderse muy bien en el plano laboral se estaba formando una sincera amistad, aparte que estaba realmente interesado en estrechar lazos con su familia, quería que su única hija Elena tuviera contacto directo con todo aquello que tuviera relación con los astilleros, además, de que estaba empeñado en hacer que se codeara con la mejor gente de la ciudad, sabía que en ese tipo de fiestas conocería muchas personas y él creía que le haría falta amistades nuevas.

Desde que había vuelto de Londres después de culminar sus estudios estuvo trabajando para él en una pequeña empresa de publicidad que poseía para ganar experiencia. Apenas había vuelto poco más de un año atrás y en este momento se dedicaba a conocer el negocio de los barcos y el manejo de una empresa como aquella. Padre e hija estaban muy unidos a pesar de la ausencia de ella durante varios años en los que se dedicó a estudiar administración y gerencia.

Iván era un padre preocupado y dedicado, sobre todo después de la muerte de su esposa diez años atrás víctima de una grave y dolorosa enfermedad que los separó dejándolo solo con una adolescente de quince años. Ahora su hija se había convertido en una hermosa y sensual mujer que además de inteligente era lo suficientemente hermosa como para enloquecer a cualquier hombre, y ese era su mayor temor... Que su única hija y heredera se enamorara erróneamente de un hombre que no la hiciera feliz y por qué no admitirlo, de un hombre que comprometiera el fruto de su trabajo, era su peor pesadilla. Con ese pretexto la había criado con estrictas normas y bajo una meticulosa supervisión.

Esa mañana del sábado en que se celebraría la fiesta, Iván tocó suavemente la puerta de la habitación de su hija Elena, tenía por costumbre pasar a saludarla cuando no se iban juntos a la oficina de los astilleros.

—Pasa, papá —contestó Elena desde adentro.

Iván abrió la puerta y entró lentamente, al no verla supuso que la encontraría en el vestidor, y así fue. La encontró parada en el centro del gran vestidor probándose unos vestidos que imaginó eran para la fiesta de esa noche.

—Buenos días —saludó quedándose de pie a unos pasos de distancia mientras observaba con cariño a la que para él seguía siendo su niña.

—Buenos días, papá —contestó sin si quiera mirarlo por lo concentrada que estaba juzgando el vestido que llevaba puesto, un sencillo vestido negro de falda hasta la rodilla y escote poco pronunciado.

—No te olvides que hoy es la fiesta en casa de la familia Mendoza.

—Lo sé, de hecho, busco que usar esta noche —dijo mirándolo por el espejo, sonriendo cariñosamente.

—Ele... es una fiesta no un velorio, ese vestido es muy aburrido si me permites decirlo.

—Esa fiesta debe ser muy aburrida, ¡sí me permites decirlo! —añadió a modo de chiste.

—Si no fuera porque son los nuevos socios, no iría ni de broma.

—Vamos, Ele… ¿por qué dices eso?

—¡Papá!, el festejado es un viejo. ¿O no?

—Bueno, como sea —dijo agitando las manos en el aire— ponte muy hermosa, esta noche conocerás a nuestros nuevos socios y también quiero que te diviertas, no todo se trata de protocolos. ¿Ok?

—Ok... tranquilo. ¿Vas a salir?

—Sí. Vine a avisarte que voy a pasar el día en el club. Nos vemos esta noche, hija, espero que estés lista a tiempo, ¡siempre tengo que inventar excusas porque me haces llegar tarde a todos lados! —dicho esto se acercó a Elena y la besó tiernamente en la frente—. Y por favor. No te pongas ese vestido es muy severo para una joven como tú.

—¡Está bien, jefe! —respondió con una amplia sonrisa.

Elena que en ese momento ocupaba un discreto cargo de supervisora en las oficinas de los astilleros sabía que su padre confiaba en ella para que con el tiempo ganara la experiencia suficiente e ir adquiriendo más responsabilidades, ya se le había comunicado que esta nueva sociedad le brindaría esa oportunidad. Se habilitarían nuevas oficinas donde se administrarían exclusivamente las negociaciones entre la Corporación Mendoza y los astilleros de su padre, la sociedad trabajaría en función del mantenimiento de los barcos por parte dela empresa de Rivera garantizando la puntual entrega de repuestos y reparaciones que fueran pertinentes en las naves bajando los costos para Vasco, la empresa de la familia Mendoza y aumentando cuantiosamente las ganancias de Rivera con un porcentaje de los dividendos que estas naves produjeran. Por eso era tan importante que esa noche fuera a esa dichosa fiesta de cumpleaños. Conocería al socio de su padre y seguramente a mucha gente con la que iba a trabajar en las nuevas oficinas.

La joven se quedó de pie en el centro del vestidor analizando lo que su padre le dijo sobre el vestido que pensaba usar. —Papá tiene razón, es una fiesta, buscaré otro vestido—, pensó, Así comenzó de nuevo la exploración entre vestidos y prendas sueltas, que sacaba y las guardaba de nuevo cuando no la convencían, nada le pareció apropiado hasta que dio con un hermoso vestido de coctel color rojo que había comprado días atrás y que no había tenido oportunidad de estrenar. Se cambió, se quitó el soso vestido negro y se puso el hermoso vestido rojo para asegurarse de que era la elección correcta, al verse de cuerpo entero no pudo evitar sentirse orgullosa tanto de la elección de vestido como de su propia imagen

—¡Me gusta! —dijo para sí misma.

Elena era alta para ser mujer, de talle y cintura delgados, de pechos grandes y firmes que amenazaban con saltar del escote del vestido herencia de la sangre española de su padre, sus caderas redondeadas le daban a su cuerpo una figura de guitarra que serían la perdición de cualquier hombre, su rostro de finas facciones heredadas de la sangre inglesa de su madre le daba un aire angelical coronado por unos hermosos ojos azules enmarcados por una suave y lisa cascada de largos cabellos castaños. Todo el conjunto era sin duda la tentación hecha mujer. Se observaba en el espejo imaginando que dirían los nuevos socios de su padre, no quería dar una impresión errónea, quería verse hermosa y hasta su padre le dijo que no usara el vestido negro tan serio... pero no quería verse vulgar. Era joven y sabía que era hermosa, pero nunca le gustó ser exhibicionista, a pesar de que con ese vestido sus encantos se veían muy realzados no parecía indecente, así que una vez aprobado el atuendo decidió quitárselo, quería ir a la cocina a desayunar. En ese momento sonó su teléfono móvil, Elena lo descolgó mientras bajaba el cierre de su vestido viendo en la pantalla que era su amiga Claudia quien la llamaba.

—Hola, clau… —contestó.

—Hola, Ele... ¿cómo estás?

—Bien, nena. Probándome un vestido para esta noche —dijo mientras terminaba de quitarse el vestido y se ponía un albornoz.

—¿Tienes fiesta, amiga?

—Algo así. Es un cumpleaños de un señor. El hijo del dueño de una empresa de la que ahora somos socios. Digamos que es algo de trabajo.

—Pero es una reunión de negocios, ¿O una fiesta? no entiendo, Ele...

—Las dos cosas.

—Oh. Qué lástima —repuso Claudia algo decepcionada al otro lado de la línea—. Te llamaba para invitarte a un club esta noche...

—Mmm… me encantaría, Clau. Pero tengo este aburrido compromiso con mi padre.

—Bueno. Será otro día. ¿Y dónde es tu aburrido compromiso?

—En la casa de ellos. La familia Mendoza.

—Mendoza. ¿Los dueños de la Corporación Mendoza?

—Sí. Los conoces. Es el hijo quien cumple años —agregó Elena casi con fastidio.

—Ay, Ele... Es que tú todavía no sabes quién es quién en esta ciudad. Solamente trabajas y trabajas y no sabes nada del cotilleo social. ¡Gabriel Mendoza es el soltero más codiciado de Miami!

—¿Soltero? —preguntó ahora intrigada por lo que su amiga le había revelado— Pero si es un hombre maduro.

—¡Sí, soltero y divino! Estuvo a punto de casarse hace un tiempo con su novia de años... Pero de un día para otro terminaron y nadie supo realmente por qué. El hecho es que la mitad de las mujeres de Miami se alegraron por esa separación. ¿Tú conoces a Gabriel?

—No. No lo he visto nunca —dijo aparentando desinterés.

—Pues es un Dios.

—¿Tú lo conoces?

—Sí. De vista, pero nunca nos hemos tratado más allá del saludo.

—Bueno, yo sólo voy porque es mi deber con mi padre.

—Claro... ¡pero aprovechas y le echas un ojo!

—Ok, clau. Como digas, y ahora te dejo voy a desayunar.

—Ok, amiga, que disfrutes tu noche, chao. Mañana me cuentas.

—Seguro... Chao.

Elena se quedó pensativa después de la conversación que había tenido Claudia, ahora estaba intrigada por aquel hombre que ella le había descrito como un Dios, no pudo evitar sentirse algo ansiosa por conocerlo, —seguro que son exageraciones de Claudia—, pensó sacándose el tema de la cabeza y se dispuso a ir hasta la cocina donde sabía que le esperaba un delicioso desayuno.

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