LA REUNIÓN

CAPITULO V

LA REUNIÓN

La débil luz de la vela, iluminaba apenas el pergamino en el que escribía con letra nítida y trazo firme, Jonathan, sus impresiones sobre aquella improvisada huida de Inglaterra. La pluma se deslizaba produciendo un suave chirrido al rasgar el papel, depositando la tinta  negra en él y su menta se sumergía en cada palabra. 

-“He de dejar en pocas letras, mis sentimientos más recónditos, y mi pesar más triste, al relatar como huimos de la tierra de la que brotamos, para ser desarraigados por la mano de un rey cruel, que no ceja en su empeño, por extirpar la adoración a Dios, por no depender esta de su corona. Recorremos el mar, como hijos del exilio, en busca de una tierra que se nos promete amplia y libre…”

Unas pisadas fuertes, sobre la maltratada madera de la nao, acercándose, le sacaron de su abstracción y le devolvieron a la realidad. Era Lord William, que golpeaba dos veces la puerta del camarote antes de entrar, como era costumbre en él. Ya había aprendido a reconocer los pasos de cada uno de los que convivían con él, todos tan distintos, y con tanto en común. Llevaban ya cuatro días a bordo del “Aurora” y Jonathan había decidido dejar por escrito, ahora que disfrutaba de más calma, aquellos sucesos y pensamientos, que creía podrían servirles a sus hijos en un futuro de guía. Lord William, penetraba, tras obtener su permiso en el camarote y se acomodaba junto a él en una silla.

-Estamos en tierra de nadie…bueno debería decir en mar de nadie, pero, no a salvo. Los galeones de  España, Holanda y Francia, navegan por estas aguas junto a los de Inglaterra. Y ninguno nos daría apoyo o perdonaría de hallarnos en su ruta…de momento, solo Dios, sabe cómo hemos salido indemnes de los peligros que nos acechan. El destino que nos tiene fijado dirá qué será de nosotros supongo…

-Lord William, creo que buscáis en mí consejo que no sabría aportaros….

-Vos sois padre y esposo, de ambas cosas carezco de experiencia, pues mi esposa falleció dos días después de casarnos, e hijos, no tuve tiempo de tener…pero vos en cambio habéis sabido proteger a los vuestros y conserváis a cada uno de los miembros de vuestra familia junto a vos y lo que es más…contentos y amándoos.

-Mi señor ¿de qué utilidad os puede ser ello?

-Yo viajo solo, con mis dos criados y mi caballo, que es lo único que me quedó aparte de un poco de dinero, que se acabará en breve. En esa tierra que se nos dará como segunda oportunidad, desearía casarme y tener hijos, que heredasen mi fe y mi título. ¿Me aconsejaréis cuando llegue el momento?-Así lo haré si me lo solicitáis señor, que como hermano, me es preciada vuestra vida y vuestra felicidad.

-Gracias mi fiel Wox, tengo confianza plena en vos y cuando desembarquemos precisaré de un hombre íntegro y fiel a Dios…

Lord William, salió del camarote, dejando la incógnita en la mente de Jonathan, que no terminaba de saber, qué deseaba de él realmente, aquel hombre venido a menos, que aún conservaba, no obstante, su ascendiente entre los puritanos congregacionistas. Pero una mirada a su atuendo le dijo que sufriría al tener que abandonar su lujosa indumentaria y sus adornos de oro…entre ellos el lujo no era bien visto y procuraban que fuesen sus rasgos espirituales los que sobresaliesen y no sus logros materiales. Colocó un grueso libro a modo de pisapapeles sobre las escuetas palabras escritas en él y apagó la vela. Salió a la cubierta y miró al cielo nocturno donde la luna llena reinaba como dueña y señora del firmamento. Él dormía junto a su esposa en contadas ocasiones. No se debía tentar a los varones que no poseían esposa y por tanto se veían obligados a guardar castidad. Ellos dos se reunían en la cubierta un par de veces por semana y ocupaban el camarote del capitán, que se lo cedía gustoso. Catheryn llegaba envuelta en una capa de lana marrón, y con la capucha echada sobre sus cabellos largos y rubios. Un aura de luz, semejaba envolverla, y sus ojos reverberaban una luz, que desprendía aquel amor, que él añoraba siempre que se alejaba.

-Esposa mía-la recibió abriendo sus brazos-os he echado tanto de menos.

Él acarició sus guedejas rubias, que le caían por las sienes hasta resbalar por sus hombros, y la besó tiernamente en los labios. Ambos se introdujeron en el camarote y se dispusieron a amarse entra caricias y palabras dulces, que les transportaban al mundo de la felicidad.  Poco antes de que las primeras luces del alba se hiciesen ver en los cielos, entre la penumbra que deja la luna y la luz cálida de un sol, que anuncia un nuevo día, ella abandonaba el camarote y descendía junto a la cubierta inferior junto  a las demás mujeres. Jonathan se lavaba frente al pequeño espejo y echaba agua sobre su cabeza, para refrescarse y vestirse apresuradamente. Salió a la cubierta y comprobó que el sol les acompañaba un día más. Su rostro evidenciaba una felicidad que no deseaba fuese la causa de la envidia de otros varones, razón por la que trató de serenarse y abandonar aquella sonrisa que el delataba.

La calma estaba  a punto de disiparse en medio de una tormenta de fuego y acero…

-¡Señor vela a popaaaa!

El capitán Camron, catalejo en ristre corrió a grandes zancadas por la cubierta y subió los escalones del castillo de popa sin detenerse. Una vela hinchada por un viento favorable, s eles acercaba a gran velocidad. Camron miró enmarcando en su catalejo al navío y la bandera tricolor de Holanda apareció en su palo mayor. Era un navío de guerra, un galeón bien artillado y dispuesto para atacar. Un miedo repentino le embargó. Pero no era todo, al poco otro galeón apareció en lontananza, era Inglés y casi estaba a la altura del holandés. Era evidente que se iban a  enzarzar en una batalla naval. Camron pensó que sería la oportunidad de huir, sin quedarse a ver quién ganaba la partida naval. Pero las cosas no terminaban de complicarse, porque por estribor se divisó a “La Misericordia” que les había localizado tras buscarles por muchos días. Se la veía desvencijada y escorada de babor. Ahora la decisión estaba entre abandonar a sus hermanos de “La Misericordia” en manos de Dios o permitirles acercarse, con el peligro que supondría que uno de los dos galeones de guerra, el que fuese que ganara la batalla les alcanzase.

-¡Maldita sea!, no podemos abandonar a los hermanos del “Misericordia”, caerían en manos de esos galeones…confiaremos una vez más en Dios y les esperaremos. Recorreremos juntos el camino a la nueva tierra, o iremos juntos a la muerte…que Dios decida.

El deteriorado navío de los puritanos, “El Misericordia”, tardó en llegar a su altura una hora aún. Para entonces, los dos galeones, se disparaban ya con saña, y de ambas naves, salían llamas anaranjadas y grandes humaredas, que nublaban el cielo. El estruendo impresionaba, y el capitán no pudo evitar que la tripulación y parte de los pasajeros, se arremolinase en la baranda de babor. Mientras algunos marineros echaban garfios a la nao “Misericordia” y trasladaban a parte de los viajeros a la suya. Tenían que equilibrar la nao, para que pudiese ir a la velocidad de  ”La Aurora”.

Justo en el instante en que terminaba la maniobra de ambas naos, el galeón holandés recibía una andanada del inglés, que lo dejaba sin timón y medio desarbolado. El holandés, se preparaba para rechazar el abordaje pero este no llegó a producirse. La misión del galeón inglés era detener a los miembros de la iglesia puritana y devolverlos a manos del rey Carlos. No le era posible huir ya al capitán Camron y menos aún al capitán de “La Misericordia”, estaban perdidos, así que se defenderían como bien pudieran.

-Cargad los cañones y esperad mi orden de disparar. Lamento tener que disparar a un navío de Su Majestad pero no nos dejan opción. ¡Virad de bordo para presentar la amurada de babor al galeón atacante!

La nao viró pesadamente mientras el galeón avanzaba como un cisne con las alas desplegadas orgullosamente. Los marineros en la cubierta inferior, se aprestaron a disparar y sus nervios se tensaron produciendo diversas reacciones entre ellos. Hubo quien lloró y quién se aferró al cañón, como si de él dependiese su vida y no de Dios. Y los más, rezaron arrodillados junto a los cañones, esperando una señal del cielo. El galeón  disparó dos cañonazos de aviso y sendas columnas de agua emergieron a ante el costado de babor de la nao. Jonathan que estaba encargado de transmitir las órdenes en la cubierta inferior, recordó el pasaje bíblico, en que una columna de fuego se alzó ante los israelitas para evitar que Faraón les aniquilase.

Al no ver intención de rendirse. El galeón inglés, disparó a la arboladura y una bala de cañón rozó el grueso palo mayor astillándolo. Camron ordenó disparar y seis balas salieron de la nao con rumbo al galeón. Una destrozó el bauprés que saltó hecho mil pedazos en el aire. Otra se incrustó en el castillo de proa, e hizo volar parte de este. Pero las otras cuatro, cayeron al mar y levantaron columnas de agua, que bañaron a los marineros del galeón, todo lo más.

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