Cuando Thomas sugirió que nos separáramos, por un momento pensé que estaba bromeando, pero al ver su expresión seria, no había dudas: él no ya confiaba en mí. Cualquiera en mi lugar se hubiera exaltado y reclamado por ello, sin embargo, guardé silencio y acepté la derrota.
Noté que él intentó acercarse, pero se contuvo y solo se limitó a preguntar:
—¿No dirás nada?
Entonces, alcé la mirada, cristalizada por el dolor, y repliqué.
—Está bien, lo acepto. Todo se terminó aquí.
—¿De verdad estás de acuerdo que nos separemos? —cuestionó confundido.