Clara mantuvo su expresión serena mientras preguntaba: —¿Estás pasando apuros económicos? ¿Hay alguien más en tu familia?
Darío se frotó la parte trasera de la cabeza y respondió: —Sí, en mi pueblo natal están mi madre y algunas vacas.
—¿No estás casado?
—Los que trabajamos en este oficio no tenemos tiempo para el amor. Si me caso, solo dejaría a mi esposa esperando en casa, así que mejor no casarse con nadie.
Clara siguió indagando: —¿Dónde has trabajado antes?
—Mi vida ha sido un vaivén. En mi infancia éramos pobres, luego me uní al ejército y después de retirarme, he trabajado en diferentes lugares: casinos, clubs nocturnos, como guardaespaldas privado, como matón. He hecho cualquier trabajo sucio y duro que me permitiera ganar dinero.
—¿Quién fue tu último empleador?
Clara, que ya no era la joven amable y extrovertida de antes, mostraba una expresión serena pero emitía una aura imponente.
Se había vuelto mucho más madura y ya no confiaba fácilmente en las personas.
Darío respondió