Clara levantó la mirada para enfrentarlo, el sol brillaba sobre él, pero sus pupilas carecían de cualquier calidez.
En su lugar, reflejaban enojo, sarcasmo y desprecio.
—Diego, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí? ¿Acaso no merezco tener mi propia vida?
A pesar de que ya habían divorciado, este hombre la poseía de una manera aún más intensa que antes del divorcio, llegando incluso a un nivel perturbador.
Diego dirigió su mirada hacia la gran mano que aferraba firmemente la muñeca de Clara. Hernán se encontró con su mirada y, de manera instintiva, colocó a Clara detrás de él.
Las miradas de ambos hombres se encontraron en el aire, y Hernán no mostró ni el menor indicio de temor mientras decía: —Ya están divorciados, ella no quiere ir contigo.
Este gesto y estas palabras enfurecieron por completo a Diego.
Sus ojos parecían ocultar un abismo y su rostro reflejaba un profundo desagrado.
Incluso el aire circundante parecía agitarse con una sensación de inminente tormenta; la brisa mari