Emilia, rebosante de orgullo, estaba decidida a obtener el Radiantix de los Navarro a toda costa. Estaba convencida de que, una vez que lo consumiera, su belleza eclipsaría a la de Clara, esa campesina, como ella despectivamente la llamaba. Para Emilia, era solo cuestión de tiempo antes de que Clara perdiera su posición y ya no pudiera competir con ella. En su mente, Clara no era nadie en Corrali, sin influencia ni poder, y sin Felipe, no sería nada.
Emilia, cada vez más satisfecha con sus planes, decidió celebrar yendo a un salón de belleza con Beatriz.
Poco después de que se fueran, Clara llegó a la villa de los Navarro. Los guardias de seguridad, creyéndola otra interesada en el Radiantix, la detuvieron:
—Lo siento, señorita, pero la señora de la casa no está recibiendo visitas hoy.
Clara sacó una pequeña caja:
—Por favor, entréguele esto a la señora de la casa. Esperaré afuera.
El guardia dudó por un momento, pero finalmente aceptó la caja. Clara se quedó esperando fuera, mos