El amanecer en Washington fue recibido por Luke con los ojos abiertos, sentado en una incómoda silla junto a la cama de Jane. No había querido dejarla sola ni un instante. La habitación era silenciosa, apenas interrumpida por el suave pitido de las máquinas que monitorizaban su estado.
Jane seguía dormida, pero su rostro se veía más relajado que el día anterior. La fiebre había bajado ligeramente, y su respiración era más profunda y rítmica. Era una señal mínima, pero suficiente para llenar el pecho de Luke de una esperanza tímida.
La puerta se abrió lentamente, y los padres de Jane entraron. Su madre traía una pequeña bandeja con café y algo de pan.
—Toma algo, Luke.— Le ofreció con una sonrisa cansada
—Necesitas fuerzas también.—
Él asintió agradecido, aunque apenas pudo comer un par de bocados. Su mirada siempre regresaba a Jane, como si temiera que al apartar la vista, algo pudiera cambiar.
Poco después, una enfermera entró para revisar los signos vitales de Jane. Luke