Capítulo 3 - Seré tu mejor amigo

Desde esta mañana mis padres peleaban, él llegó borracho otra vez «como siempre.» Apreté los puños cuando escuché como se caía algunos de los jarrones en la sala, no demoran en llamar a la policía los vecinos.

Ese señor suele gritarme de que no debía llorar, los hombres no hacia eso, ¡qué mi madre me tenía muy consentido!, y ni que decir de mi abuela. La vez pasada partió la guitarra que él mismo me había regalado porque le di la impresión de volverme raro. Y raro era él por cómo se comportaba con mi mamá. Los gritos aumentaron.

—¡Eres una mujerzuela!

Tapé los oídos con la almohada al escuchar la ofensa hacía, la escuché llorar.

—Jhon…

Su voz era una súplica, mis manos temblaron, ya no deseaba esto, lo detestaba y odiaba. No deseaba que fuera mi padre.

—¡Detesto la hora en que nos casamos! ¡Eres mi desgracia! TE DI TODO.

Apreté los puños una vez más, ¡era un mentiroso!, era ella quién lo mantenía con su trabajo, y en ocasiones hasta lo que trabajaba mi abuela también caía en sus manos.

» ¡No le hice caso a mi papá! Pero en ese entonces tu culo era rico.

Salí corriendo, atravesé el pasillo del segundo piso y llegué a la habitación de mi abuela, ella rezaba arrodillada ante su improvisado altar.

» ¡DAME LA PLATA!

—Lo siento Jhon, ese dinero es para comprar el regalo a Dylan, tú le partiste la guitarra.

Le recriminó mamá, los brazos de mi abuela me esperaban, fui a su refugio, nos quedamos sentados en el piso, mientras seguían discutiendo.

—¡Se convertirá en un homosexual!, ese cuento de la música, acaso no sabes que la mayoría tiene que hacer favores sexuales, ¿eso es lo que quieres?, que termine chupándosela a cualquier productor de la farándula en unos años, ¡¿quieres eso?! —Las cosas seguían cayendo en la planta baja.

—Quédate tranquilo hijo, acabará pronto.

Mi abuela acariciaba mi cabello. Algo dentro me decía que bajara y colocara a ese señor en su sitio, a si solo tuviera diez años. Pronto cumpliré los once, sin embargo, ese señor a quien me tocó como papá era mucho más grande.

El golpe y el correr de los muebles nos alertaron, tomé impulso, corrí hasta mi cuarto, cogí el b**e de beisbol, mi abuela intentó detenerme, pero ahora me sentía grande, fuerte, corrí por el pasillo. Cuando me asomé por las escaleras vi el cuerpo de mamá en el piso con sangre en la cara y sin pensarlo bajé. Sin que se diera cuenta le di tres batazos, la sangre salió de su frente, el grito de mi abuela se escuchó en la sala.

Por mi parte deseaba acabar a quien solía hacerse llamar mi padre. Él me quitó el b**e, me lanzó dos puños en la cara, caí al piso, cuando iba a pegarme con el b**e, mamá se interpuso y recibió el golpe.

—Corre Dylan, corre hijo.

Eso hice, salí de la casa en busca de ayuda, ese señor salió a perseguirme, pasé la calle y me topé con un señor a quien le explicaban algo.

—Niño. —Su acento no era original de la ciudad—. ¡Estás sangrando!

—¡No se meta, señor! Este asunto es entre mi hijo y yo.

—¡¿Perdón?!

El señor era casi igual de alto a ese demonio, me puso detrás de él y se encaró valiente ante un hombre desconocido, cegado por la ira.

» Pégueme a mí con ese b**e, yo soy de su misma estatura.

Sentí una admiración por ese señor, una mano acolchonada me tranquilizó, no sé por qué, el corazón lo tenía acelerado, pero esa calma recibida por ese contacto, me calmó.

—Mi papá sabe artes marciales, él le dará una buena muñequera, ya no te pegará más, ya lo verás.

Esa voz trasmitía orgullo, al mirarla… Era una niña muy gordita, nada bonita, con leves pecas en su mejilla, eso sí, con unos ojos negros, muy lindos, grandes, tupidos en pestañas. Los tenía llenos de brillo y admiración por su padre.

Era un sentimiento del cual carezco, yo no admiro al mío, lo detesto por lo que le hace a mi madre. La niña no era bonita, como lo era Vicky, —ella si era linda—, aún no le había pedido que fuera mi novia, pero lo será.

Sin embargo, la gordita transmitía tranquilidad, esa niña llenó un vacío, su mano esponjadita me gustó y se lo agradecí.

—¡No se meta, señor! Usted no es de aquí. —gritó papá.

—El niño no se va con usted, Aiko o Samanta llamen al 911. —dijo el señor.

—Debo curarte.

La nueva niña me haló y nos sentamos en la terraza de la casa que estaba desocupada, sacó de su mochila un botiquín de primeros auxilios.

—No eres enfermera.

Comenté mientras miraba como el torturador recibía una paliza por parte del padre de la niña gordita.

—Pero sí sé qué hacer, mi mamá es doctora.

Se echó a reír, su risa también era linda, se le hacían dos hoyuelos en esos rechonchos cachetes y su aliento fue agradable. Me untó un líquido que ardió.

—¡Ten cuidado, eso duele!

—No te quejes, esto no es la cura de burro, solo te estoy aplicando Isodine y te arderá porque tienes el chicote levantado.

—¿Qué dijiste? Disculpa, pero no te entendí.

Ella volvió a reír, el corazón ya no lo tenía acelerado, un golpe nos hizo mirar lo que pasaba. El padre de la niña bodoque le seguía dando una buena paliza a la chingada de padre. Una vez más sentí admiración por ese señor que no era nada mío y me protegió como si lo fuera.

—¿Cómo te llamas?

Me puso una gasa en la frente, después de haberme limpiado.

—Dylan Miller, ¿y tú?

Escuché las sirenas a unas cuadras, espero se lo lleven y lo alejen de nosotros.

—Catalina Suárez Páez, vamos a ser vecinos.

Miré a Bodoque otra vez, volvió a sonreír, no me quedó de otra que devolverle la sonrisa de la misma manera, sincera. Llegué hasta donde mi abuela quien sostenía a mi madre golpeada.

Los vecinos salieron, no era un barrio chismoso, solo que no era común este tipo de situaciones. Cuando la policía se bajó de la patrulla, el padre de Bodoque lo tenía inmovilizado.

—Debe acompañarnos, por favor. —ordenó el policía.

—Samanta.

Su esposa habló algo con la señora a su lado, se subieron en la segunda patrulla, en esa se fue mi madre con su rostro ensangrentada. La señora Samanta le ofreció ayuda a mi progenitora y eso para mí fue más que suficiente. Esta familia se ganó mi eterna gratitud. La niña se quedó con la señora bajita, mi abuela me abrazó.

—Estoy orgullosa de ti por defender a tu madre, Dylan.

Miró a la niña a mi lado regalándole una sonrisa, la misma que aún me seguía agarrando de la mano y no tenía idea porque, y peor aún, me sentía tranquilo con ella a mi lado.

» Si quieren pueden esperar en la casa.

La niña apretó mi mano, haló a la señora con quien se quedó, nos dirigimos hasta la casa. Mi abuela se disculpó por el desorden de cosas partidas, las dos mujeres solo le sonrieron. La niña bodoque de ojos bonitos, seguía tomándome de la mano, se sentó a mi lado en el mueble. No me gustaba tener contacto con nadie, sin embargo, con ella fue diferente. Era desestresante presionar su manito gordita.

—Catalina, ya encontraste a un amigo. —comentó la señora. La gordita me miró.

—¿Tú si quieres ser mi amigo?

—Seré tu mejor amigo, siempre.

Dije sin saber por qué, esa sonrisa volvió a mostrarme esos huequitos que se le formaban en sus cachetes.

—¡Consté!

No le entendí, ¿de dónde será?, ya ha dicho varias palabras raras, hemos hablado inglés, pero a veces decía palabras en español, el cual entendía, lo hablo a la perfección; por mi madre y abuela.

» Yo nunca he tenido un mejor amigo. Por eso acepto ser tu amiga para toda la vida.

Volvimos apretarnos de las manos, parecían pegadas, ni ella me soltaba y yo no quería que lo hiciera.

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