Sus miradas eran cálidas.
—Te queremos mucho. —dijo Paola. No los recuerdo, pero las personas que han llegado me inspiran confianza—. Nos vemos en la casa. Miré a la señora Samanta, ella se sentó a mi lado y acarició mi cabello.
—Paramos cuando quieras.
Afirmé, yo quería conocer a mi hija, no la recuerdo, pero siento que debo verla. Ahora ingresaron dos señoras.
—Hola, cariño. Soy Mary Taylor, tu suegra, la abuela de tus nietos. —Con temor a no lastimarme la pierna se acomodó a un lado y me dio dos besos, uno en cada mejilla—. Sé que te vas a mejorar.
—Gracias. —La otra señora me miraba haciendo caras extrañas.
—¿Entonces no te acuerdas de mí? ¡Vea usted! Cuando don Henrry dijo que te iban a sacar unas bolas de sangre de la cabeza me imaginé que te iba a encontrar con la cabeza destaponada. —No sé por qué sonreí, la señora Samanta y Rafael también.
» Ahora le pregunté al patrón como tenía la cabeza y me explicó que te las sacaron por la nariz, pero no veo tu nariz explayada. —La carca