—¡Ah, mierda! —no pudo evitar maldecir Monique mientras se incorporaba lentamente de la cama, sintiendo un leve malestar en su intimidad. Intentó no moverse demasiado, porque cualquier pequeño movimiento le provocaba un pinchazo.
Parecía que ella y su esposo se habían dejado llevar un poco demasiado con su pasión, y las sensaciones estaban pasando factura.
Esa mañana había sido inolvidable para Monique. Finalmente se había entregado a su esposo, Joshua, después de años de espera. Parecía que él había compensado todos esos años en un solo encuentro apasionado. La había reclamado múltiples veces, tantas que había perdido la cuenta.
El placer había sido tan abrumador que ya no podía recordar cuántas veces. Era cierto lo que decían: la primera vez podía doler, pero con el tiempo se volvía más placentera. Había oído historias así de otras personas, pero vivirlo en carne propia era completamente distinto.
Habían cumplido la advertencia que le habían dado: no podrían salir del cottage si con