La cena fue tranquila, casi terapéutica. Teresa hablaba de las flores del jardín, Lúcio se quejaba de que nadie le dejaba poner más aceite en la comida por el colesterol, y por unos minutos, la vida parecía sencilla de nuevo.
Después de terminar, Lúcio se levantó con un brillo en los ojos.
—Y bien, chica. ¿Qué tal una partida de ajedrez? Hace tiempo que no tengo una adversaria decente.
—No garantizo mucho —reí, levantándome—, pero acepto.
Fuimos hasta el salón. La mesita ya tenía un tablero clásico de madera listo. Sacó las piezas de la caja con el cuidado de quien maneja una reliquia.
—Este me lo r