La luz del final de la mañana entraba suave por la ventana del cuarto. Todavía me sentía débil, pero el dolor en el abdomen ya no palpitaba tanto.
La puerta se abrió despacio y sonreí, aliviada, al ver a Diogo entrando con esa manera tranquila suya, con una bolsita en la mano.
—Traje tu merienda de la tarde y quédate tranquila, el doctor la aprobó —dijo, poniendo todo en la mesita al lado de la cama.
—Debería haberte conocido antes, ¿sabes? —bromeé, tratando de aliviar el peso que yo misma sentía en el pecho.
Él acercó la silla y se sentó a mi lado, sonriendo de medio lado.
—¿Cómo te sientes hoy?
—Mejor... Físicamente, al menos. Pero hay algo que me está carcomiendo desde ayer. —Respiré profundo. —¿Tú... sabes quién fue el tipo que me atacó?
Diogo hizo una mueca contenida y se pasó la mano por la nuca, medio tenso.
—Fui a la comisaría más temprano y lo vi de lejos. Es un tipo común, ¿sabes? Bien... bien cualquier cosa. Y realmente parece que le pagaron. Ni trató de huir, no dio