167. Los olores de la vida cotidiana
Fue aproximadamente dos horas después del amanecer, como a eso de las ocho de la mañana, cuando Zacary se detuvo de forma abrupta, alzando la nariz al aire con esa expresión concentrada que adoptaba cuando sus sentidos lupinos detectaban algo importante.
—Esperen —murmuró el muchacho pelilargo, inhalando profundamente—. Hay olores diferentes en el aire.
Malcolm también se detuvo, observando cuidadosamente el ambiente mientras intentaba percibir lo que había alertado a su cachorro. A pesar de que sus propios sentidos lupinos habían quedado permanentemente dañados por las borradas de su memoria, y ahora estaban aún más limitados por el collar, había aprendido a compensar esas limitaciones desarrollando una mayor agudeza visual.
—Miren esas aves —murmuró Malcolm, señalando hacia un grupo de pájaros que volaban en círculos a lo lejos—. Y el humo que se ve en el horizonte no es de fogatas de viajeros. Es demasiado constante, demasiado denso.
—Es humo de cocina o de una chimenea —confirmó G